jueves, 24 de julio de 2008

Lo de siempree

Siempre miedo. Miedo a irme, y mucho más a volver, cuando sabía que no había un lugar al que volver, no al que yo quiero. Echo de menos una persona cerca a cada momento del día, poder hablar de cualquier cosa y que te entiendan, que les interese lo que quieras contar. Y no pensé echar eso tanto de menos, cuando llevo un día en tierras españolas, pero quería plasmarlo, que hemos sido muy grandes.

Y qué pasaría si en realidad, cuando pueda, siga habiendo algo que me impida estar donde quiero. No es el lugar el que me llama, sino la gente, ¿y si eso deja de existir? Y si la persona que más de mil veces te ha dicho lo que daría por un momento a tu lado, tiene la oportunidad, y quiere esperar. ¿Esperar a qué, esperar por qué? Cuando está más que claro que lo último que quiero hacer es esperar, esperar a algo que ya tengo, esperar a un chico que ve ovnis y le encanta mi sonrisa. Creo que al final lo que queda no es el acto, si no la disposición al saber que tienes que hacer algo. Cuando te piden que recojas la mesa, y lo haces sin más, la mesa queda igual de recogida, y lo que queda es el recuerdo de que lo hiciste, y si te quejas, refunfuñas y tardas, la mesa quedará igual, seguida de una mala cara de tu madre. Y el recuerdo de esto no se le olvidará en situaciones parecidas.
Puede que sea un ejemplo estúpido, pero me siento como una niña rogando por un juguete. Un juguete que se supone que querría estar conmigo, y sin embargo, ruego.
Eso, esperar cuando no hay motivo, es miedo. O quiero creer que lo es, y no una huída de un posible rato con alguien como yo.

Al fin y al cabo, quizá simplemente no haya excepciones, y los hombres son hombres. O quizá vuelva a ser yo y mi cabecita, que le da demasiadas vueltas a todo, y todo acaba estando retorcido y estropeado.

He decidido no leer esta entrada antes de publicarla (como suelo hacer para conducir en condiciones mis pensamientos) y quedará como está, supongo que más real. Más retorcido... sí, más real.


Este tiempo que no pasa decora mi casa, yo no quiero despertar.
Una llamada perdida, un vuelvo enseguida, no tengo ganas de hablar.
Voy a mirar el correo, a ver si te leo y me bajo a buscar un bar,
donde beberme tu ausencia y mi soledad.
Déjame que cuente las horas perdidas, buscando tus ojos todos estos días, que a veces se me hacen eternos.

Escribir canciones pintar corazones, no me basta
no quiero hacerme ilusiones ¿cuánto tiempo he de esperar para vernos?