domingo, 20 de abril de 2014

Just One Yesterday

Hacía horas que había anochecido a un lado del mundo, mientras que en el otro quedaban unos minutos para el amanecer. Él estaba en el lado en el que aún le quedaba por delante gran parte de la noche, pero no conseguía dormir. Se imaginaba cómo estaría ella. Seguramente su pelo ocuparía media almohada mientras aprovechaba sus últimos minutos de sueño antes de que sonara el despertador. No dejaba de preguntarse si se habría paseado aquella noche por alguno de sus sueños, y si cuando él consiguiera dormirse, ella le visitaría a él en los suyos. Seguramente soñar con él arruinaría el humor de la joven para todo el día, y eso lo alegraba y lo deprimía a partes iguales. Nada le dolía tanto como hacerla sufrir, pero al recordar todas sus disputas, su sufrimiento parecía ser el único consuelo que podría obtener.
Unos años atrás se despertaba todas las noches de alguna pesadilla, y se alegraba de que su pelo negro le estuviera robando espacio en la cama, porque eso significaba que ella estaba cerca. Este pensamiento no estaba dividido, solo podía entristecerle. Recordó también la primera vez que le llamó Morena, y su risa contenida, y cómo se mordía el labio inferior tratando de decidir si quería besarlo o abofetearlo. Estaba corriendo detrás de ella porque se negaba a darle las llaves del coche. Corrieron en círculos alrededor de este, hasta que se encontraron agotados, mirándose de frente a través de las ventanillas. Apenas llevaban unos meses saliendo, y le dijo que iba a a acabar con él, morena. Desde entonces la llamaba así para conseguir ese gesto suyo. Sabía que le molestaba ser llamada de cualquier manera que no fuera su nombre, pero también que no podía resistirse a reír cuando él lo decía. 
En los últimos días de relación trató de llamarla así un par de veces, pero no había ningún tipo de reacción. No se enfadaba ni siquiera. Pero cuando se despidieron, él la beso en la mejila y susurró "Suerte, morena" y consiguió una sonrisa de medio lado. 
Mientras salía el sol en el otro lado del mundo, sonó un teléfono. Ella se incorporó pensando que era la alarma, pero esta saltó unos segundos más tarde. Lo que la había despertado era un mensaje, con una sola palabra en su interior. No supo cómo reaccionar ante aquello. Sonrió, y su sonrisa fue torciéndose mientras apretaba los labios, sintiendo las lágrimas acumulándose en sus ojos. Y deseó que fuera de noche y estar en otro lugar. En otro momento.

martes, 15 de abril de 2014

Alone together.

Me encanta mirarte cuando estás cerca, y me gustaría culparte de cada uno de mis problemas cuando estás lejos. Estaría dispuesta a gritarte a través de un megáfono cuánto te odio, pero se le acabaría la pila cuando te acercaras a escucharme. No sé cómo hemos llegado al punto en el que te dejaría coger mi voz y calmarla porque no necesito gritar. Ni hablar siquiera.
Escupo todos mis pensamientos -como ahora, como si estuviera sola- cuando estoy contigo, sin que me preocupe ser malinterpretada o juzgada. Estoy tan cómoda sola como contigo. Y no sé cómo de bueno es eso, cuando apenas me aguanto.
No sé cómo hemos podido estar tan cerca viniendo de lugares tan lejanos. Ni siquiera estoy segura de si seguirán estando cerca los lugares a los que vamos, pero trato de continuar caminando a tu lado.
Me duele tanto la cabeza que hasta olvido por momentos cuánto me duele la tripa. Me gustaría estallar en mil pedazos que lo dejaran todo sucio, y contemplarlo desde el infinito como unos fuegos artificiales invertidos.
Tú estarías durmiendo, como casi siempre. Y el estallido sería tan fuerte que tendrías que despertarte, y quizá no podrías dormir en varios días. Pero a mí ya no me dolería nada. Ni siquiera tu forma de dormir.
Me equivoco cuando te odio, y cuando trato de remediarlo, queriéndote. Me equivoco cada vez que hablo pero tú lo haces cada vez que te callas. Y el problema no es que te equivoques, el problema es que te quiero.
Y el problema no es que te odie. El problema es que me quieres. Y lo peor, es que la solución a todos los problemas está en que te quiero, y en que me quieres. Y como diría Kutxi, sobra todo lo que viene después.

miércoles, 9 de abril de 2014

Ask the dust.

No conocí a mi abuelo, pero me han hablado tanto de él que su presencia física no es necesaria para afirmar que le conozco. Si nos encontramos en la muerte tendremos una conversación amena, de viejos amigos. Ni siquiera habrá presentaciones, de eso estoy segura. Un abrazo. Uno fuerte. Eso será nuestro saludo.
Es posible que conozca a mi abuelo incluso mejor que aquellos que me cuentan sus historias. Él y yo somos prácticamente la misma persona. El punto diferente de la familia. El silencioso y observador.
Mi abuelo era maestro de vocación y profesión, y yo nací para ser estudiante. Cuando tenía 10 años decidí dejar de hablar, pero no pude lograrlo durante mucho tiempo porque tenía demasiadas preguntas. Mamá es maestra también. Suele responder cuando pregunto si es que se concentra lo suficiente en esa idea. Son maravillosos los maestros. Alimentan a la gente como yo.
Aquí, sin embargo, no queda uno solo. Los educadores se han extinguido y estamos todos condenados a la vida vacía de la ignorancia o a aprender por cuenta propia. Pero a nadie le preocupa en medio de una guerra. Excepto a mí, y a mis preguntas.
La primera de ellas lleva rondándome varios meses. Desde que comenzaron los bombardeos. No entiendo de qué manera se caen las casas. ¿Cómo lo hacen? Algunos muros quedan intactos. No se mueven ni los cuadros, ni las estanterías. Nada. Y otros sin embargo desaparecen.. No acaban en el suelo en pedazos, sencillamente se esfuman. No queda ni rastro. La panadería de la que mi abuela siempre se quejaba porque el pan estaba crudo mantuvo, tras una bomba, todas sus paredes. Y el techo. Pero la entrada desapareció. Solo quedaba polvo en su lugar.
Yo creo que fue una forma de que el universo regalase pan a todo el vecindario, aunque ciertamente no era necesario que la panadera estuviera cruzando el umbral de la puerta cuando este se derrumbó. Le quitó mucha poética a todo el asunto y nos hizo llorar a casi todos. Era una mujer muy guapa. Mayor, pero aun muy elegante y correcta. Estaba ahí desde siempre, y aunque no se hacía querer, nos recordaba a todos los tiempos pasados. Mejores. Cuando tu existencia el día de mañana estaba asegurado. Ella era una constante, y cuando se murió a nadie le cabía duda de que esta dichosa guerra sería irreversible.
En casa cayó un rayo, no una bomba. Provocó un incendio que vio su mejor aliado en la colección de tickets de compra y papeles inservibles de mi abuela. Arrasó con todo. Lo único que siento es que todas las cartas que escribí a mi abuelo durante años ardieran también. Mi abuela no lo sintió en absoluto. No siente nada. Ni siquiera cuando se ríe. Yo creo que cuando se es mayor y malo, sentir es aburrido. Una carga. Como si se robara protagonismo al resto de personas que aun quieren sentir algo. Si mi abuelo viviera, ella sentiría. Estoy segura. Lo habría puesto todo en orden. Y quizá también encontraría una respuesta fiable al tema de las paredes que desaparecen.
No sé bien qué hago aquí, escribiendo. Creo que no podría hacer ninguna otra cosa. Tengo 20 años y me siento vieja, pero con demasiados sentimientos. Una de esas abuelitas a las que apenas se les puede mencionar ningún tema sin que se echen a llorar, y al final solo consiguen silencio a su alrededor y el sonido de las agujas de tejer. Cuando sea realmente vieja, estaría bien ser así. Necesitaré silencio para compensar el ruido al que están sometidas mis ideas.
La calle hierve a todas horas y mis oídos suenan por sí solos con palabras que parecen emitidas a veces por mi voz, a veces por la de mi abuelo. O la forma en que me la he imaginado, que seguramente siga siendo mi propia voz.
Me siento como si no hubiese sitio en mí para más recuerdos, como si hubiera vivido cien años. Y no sé si alegrarme de que no sea así. Quizá los muros que se esfuman sencillamente no puedan aguantar más el peso del papel pintado y el tacto de las manos del obrero que lo colocó allí. Y por eso se esfuman. Derruidos tendrían que mantener el mismo peso y prefieren ser polvo. Acabar. No tener más historia. Ser lineales, con principio y fin. Le haré estas preguntas al próximo maestro que me encuentre.