viernes, 24 de septiembre de 2010

Fatal.

De la cabeza, en serio. Mi serie favorita me hace llorar.
NUNCA me ha gustado hacerlo, nunca lo hago, no es algo natural en mí. En cuanto algo malo ocurre me imagino a mí misma llorando, pero no es algo que ocurra. Sin embargo, es algo que adoro de mi serie favorita. Termino pensando que hay demasiadas cosas que pueden ir mal en la vida. Y sin embargo, por algún extraño motivo, me da calma. Me siento tranquila, completamente despreocupada, sin ningún interés en darle vueltas a todas esas cosas que se pasean por mi vida. Creo que es porque no es sólo todo lo que puede ir mal, sino todo lo que se puede conseguir, por difícil que sea. Todo aquello que pasa, que podrá seguir pasando y que alguien, una de esas maravillosas personas que se esconden entre las personas simples, hará que pase cuando el mundo menos se lo espere. Muchos motivos que hacen que, después de cada capítulo, simplemente, quiero pensar, pero me veo sin nada en lo que pensar. Así que quiero algo, pero no sé el que, y me siento triste, a la vez que calmada e incluso optimista, sin saber cómo he combinado todas esas cosas. Así que, a falta de una utilidad para cómo me siento, sencillamente quiero más, un capítulo más, una canción, recuerdo o momento. Más de eso que me hace sentir como me siento ahora mismo, a las cuatro menos diez de la madrugada, completamente sola en casa, después de un capítulo que llevo algo más de un mes esperando.

Quiero, algún día, saber que he vivido lo suficiente como para que algún pedazo de mi vida pueda hacer sentir a alguien como yo me siento ahora mismo. No es que quiera desgracias, accidentes, magnicidios o cánceres en mi vida, nada que ver. Quiero valor, y fuerza, y reflexión. Que algo que ocurra sea tan importante, aunque no se aprecie, que pueda cambiar mi rumbo. Y no sé si tengo que hacer que ocurra o vendrá solo, pero tengo la esperanza de que algún día, un sólo momento de mi vida, encaje en un guión tan... genial. No necesito una vida entera, la aborrecería. Quiero un momento, como esos que ya recuerdo antes de dormir, pero amplificado.

Ahora creo que tengo que esperar, y eso forma parte de lo que vendrá después, es parte de mi sistema de sonido que hará que cuando mi vida suene, lo haga a lo grande. Esperar, a que las cosas no me sucedan simplemente a mí, sino que sucedan para mí. Para que algo más ocurra.


Y me gusta todo esto, aunque me haga pensar que algo falle en mi cabeza. Me gusta cuando 40 minutos de una serie me dan la emoción de toda una semana. Al menos, de momento.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Quién va a aguantarme con este monoooo...

Dicen que los recuerdos que permanecen en la memoria con más intensidad y nitidez son los que originan los olores. De repente, sin que lo puedas evitar, un olor te puede llevar a cualquier lugar, a cualquier momento de tu vida.
Recuerdo que de pequeña, cuando algún sitio el aire era más aire que en Madrid, decía que olía como mi pueblo, y cuando huelo chimeneas y humedad no puedo evitar recordar la cueva, el mejor lugar que hubo en Villarejo durante un periodo, a mi parecer, demasiado corto. Ese olor de sillones viejos y lavados de mala manera (en los que, por lo visto, los gatos acampaban antiguamente) mezclado con el olor de una estufa vieja, con una salida al tejado demasiado rudimentaria, que solía quemar los reposaderos de los sillones. Hay tanto que recordar de aquel sitio...
Pero hablaba de los olores, y el increíble poder que tienen. Mi madre usaba una colonia cuando yo era pequeña y por la noche, cuando no podía dormir, me dejaba alguna de sus camisetas. Pasaban cinco minutos y caía rendida, como si algún extraño poder actuara desde la camiseta. Alguna vez me he cruzado con alguien que usaba esa colonia, y la sensación de paz era maravillosa.
Mi profesora de música, a la que odiaba, utilizaba una colonia que olía como la arcilla que queda en los dedos horas después de haberla moldeado. La casa de mi abuela huele a suavizante de ropa, y a café. Mi habitación siempre olió a madera nueva. Ese sí que era un olor genial.
Pero no todos son buenos, ya que no todos los recuerdos lo son, pero a mí, sea como sea, siempre me gusta recordar. Siempre... cuando lo hago por voluntad propia.
Hoy, sentada en Literatura Universal, viendo como Paris retaba a Melenao por el amor de Helena de Esparta, un olor me ha abofeteado. Ha chocado contra mí de la manera más horrible. Y sin embargo, es un olor tan dulce, tan suave. Como tocar el cielo, o más bien, como sentir que te acercaste a él, pero chocaste drásticamente contra el suelo. Es confuso, no está claro. Pero me he acercado para poder seguir recordando.

No creo que se puedan catalogar ciertas cosas en buenas o malas. Podría decir que lo verdaderamente malo ha sido recordar sin esperarmelo. Necesito preparación psicológica.


Sí, ya sé. Esto es un caos.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Fotos de carnet.









Están hechas exclusivamente para que las lleves en la cartera, ya sea en un pedazo de cartón plastificado de cierta utilidad, o sueltas, junto a alguna otra. Pero no sirven para nada más, son fotos para llevar encima, y suelen ser realmente horribles.Feas, feísimas. ¿Por qué? Porque nos hacen sonreír, pero no con gusto. Nos OBLIGAN a sonreír, lo que nos convierte en personas con sonrisas horribles el 90% de las veces. Muy buen día debes tener para que en una foto de carnet sonriendo consigas salir bien. Te hacen inclinarte ligeramente y ponerte delante de una pared blanca, que hace de la foto, sosa de por sí, algo aún más irritante. Por el simple hecho de que no es real, no es nuestra verdadera cara.
Opino que antes de hacer una foto que va a figurar en tu DNI, deberían estudiar tu personalidad. Si eres una persona que se pasa el día frunciendo el ceño y desconfiando de todo lo que hay a tu alrededor, que en la foto, tu cara sea de desconfianza. Para cualquier persona será mucho más fácil identificarte con tu foto del DNI.
Además, ¿en qué momento del día te pueden pillar sonriendo así? ¡Nunca! Es una sonrisa exclusiva, que sólo es capaz de posarse en tu cara cuando sabes que formara parte de un papelito brillante de cinco centímetros que te acompañará en la cartera los próximos diez años. DIEZ AÑOS. Debería encerrarme en mi casa la década entera para no tener que llevar encima el dichoso documento de identidad.
Identidad, dice. Identidad. Y aparece mi nombre, que bueno, sí que lo utilizo, y mi cara sonriendo de la manera más grotesca del mundo. Si esa es mi identidad, definitivamente debería recluirme diez años, o los que surjan.

Creo que sonreír en una foto para el carnet, cuando odias hacerte fotos de carnet es PURA hipocresía.


Y yo no soy una persona hipócrita, qué va. Hoy, cuando me digan "sonríe" alzaré la voz en favor de la revolución. (Y se va a cagar la perra)