viernes, 17 de octubre de 2014

Street Harassment

Hoy he ido a la universidad, como cualquier otro día. Me he vestido como he decidido que pegaba a un día como hoy, que es solo otro día. Y he subido en el bus casi como cualquier otro día, porque hoy era día de lluvia. Y por segunda vez esta semana, he tenido que soportar la agresión en la calle, que se ha dado como cualquier otro día. Mientras cruzaba por un paso de cebra, el coche que esperaba con el semáforo en rojo ha pitado y simulado acelerar. Sus tres ocupantes han bajado las ventanillas con el objetivo de comentar mi cuerpo, mi ropa, mi forma de andar y de actuar, y en definitiva, la manera en que ocupo espacio en este planeta.

Hace unos días me pasó algo similar, de vuelta a casa, de noche y sin coches de por medio. Entonces seguí caminando, intentando mantener la barbilla alta, los pasos firmes y la mirada al frente, sin acelerar el ritmo, haciéndoles creer que no podían afectarme ni enfurecerme, que no tenían poder sobre mí. Pero lo tenían, porque yo ya llevaba las manos apretadas y contaba los pasos hasta mi casa. Y lo que ellos vieron fue el objeto de sus comentarios seguir adelante, como si esos comentarios no fuesen nada extraordinario. Como si no pasara nada.
Hoy, sin embargo, he decidido que sí que pasa. Que no puedo aceptar como parte de mi rutina convertirme en un escaparate. Que las calles son tan mías como de cualquier otro, y no hay hora del día ni lugar por el que deba pensarme dos veces si camino, porque soy una mujer.
He girado sobre mis talones y he contestado a las ventanillas abiertas. No necesito tu opinión sobre mi cuerpo. Y de ellas ha salido algo como “solo era un piropo niña, no seas sosa”. Pero a mí no me parece solo un piropo y aunque lo fuera, no me da la gana aceptarlo. No puedo hacer como que es lo normal, que comentar es lo que tú debes hacer, y aceptar lo que debo hacer yo.

No es un piropo, es una forma de demostrar que estás por encima de mí, que tienes derecho a opinar como si yo hubiese sido concebida para ser expuesta. Mi existencia no está ahí para que tú puedas juzgarla, y yo no tengo por qué soportar que lo hagas. Y dirían ellos, si pudieran ver las palabras que les dedico, que no hay nada de machismo por medio, que a ellos no les molestaría estar en mi situación. Pues si es un problema que tú, como hombre, no tienes con las mujeres, quizá sí sea machismo. Porque no estamos entre iguales, porque si no hubiese sido desde un coche que iba a tener que avanzar en segundos yo no habría podido contestar sin miedo.
Porque no es un piropo. Es la manera de arrebatarme el poder, de tratar de convencerme de que las calles no son tan mías como de cualquier otro. Y eso no voy a aceptarlo hoy, que quizá no sea del todo un día como cualquier otro.
Streets are ours. Not ours too.

Y para quitarle algo de hierro al asunto, y sobrevivir a cada semana sin morir de ira: 10 cosas que los acosadores nunca dicen

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