Amanece tan temprano que ninguno tiene tiempo de acordarse de ti.
La luz entra con fuerza antes de que sepan que es de día y no les queda más remedio que rendirse a la evidencia de que, otro día más, ha llegado el amanecer y nadie lo estaba esperando.
Con prisas se levantan, se visten y se mueven hacia otros lugares. Asustados, como si hubieran sido descubiertos haciendo algo que no debían. Corren por la habitación y la abandonan.
Yo no sé adónde van. He tratado de seguirlos casi cada día, cuando el sol también me asusta a mí, pero nunca los alcanzo. Vuelven cada noche, sin decir dónde han estado, sin preguntar cómo me ha ido. Vuelven a esta habitación, o a la que sea, como si nunca se hubieran marchado. Vuelven cada noche, y todo vuelve a empezar sin que nadie te haya pensado siquiera.
De vez en cuando, sin embargo, alguno se tropieza. Sucede en mis momentos favoritos, y los colecciono. Uno de esos sueños que se escapan cada mañana se topa con algo en su huida y apenas sale de la cama.
Se queda atrapado, entre tú y yo, y no le queda entonces otra salida que enfrentarnos. Se queda atrapado y me mira sin verme. Y te mira a ti, y te piensa, y se acuerda de que has estado ahí todo el tiempo. Sin fijarte en ellos, sin intentar seguirlos, atenta al preciso instante en que sale el sol.
Amanece muy temprano aquí, y llega siempre demasiado pronto el momento en el que cambiamos turnos en la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario