domingo, 22 de junio de 2008

Cuando, en realidad, lo que sentimos no cambia nada...

Puedo evitar que me importe, o no. Puedo hacer como que yo tengo también mis propias movidas en clase, que este curso ha sido divertido o que hasta me gusta mi instituto.
Pero no es cierto, simplemente es mejor de lo que me esperaba.
No, no lo he pasado mal, pero cuando sabes lo que es pasarlo realmente bien, tener algo que recordar cada día, conformarse es jodido.
Pero todo esto no cambia mi vida, mis amigos o mi instituto.
Sienta que me importe, o sienta que no, todo sigue igual, lo único que cambia es mi percepción de las cosas, o mi manera de afrontarlas.
Puede ser que haya alguien que me gusta, o alguien a quien odie, pero no tiene sentido esperar que por el hecho de que sienta o deje de sentir algo por alguien, esa persona vaya a cambiar por mi, o vaya a aparecer, por pura suerte o coincidencia en algún lugar cercano. Da igual lo que sea yo para esa persona, lo que sea para mi, da igual, porque eso no va a influir en que me toque la lotería para poder llegar a algún sitio, o que no me toque. Y sin embargo es lo que todas las personas esperan, es por lo que se ilusionan. Porque es bonito pensar que al destino le importa algo lo que tú quieres.
Las cosas son como son, y nosotros no podemos evitar sentirlas como las sentimos. Todo cambia, porque al tener una opinión concreta sobre algo, nosotros hacemos que cambie. Pero no siempre podemos hacer algo, y eso es horrible.
Quizá algún día pueda guiar mi vida, y hacer que todo lo que sé que podría tener, y sin embargo no puedo tener, esté en mis manos. Porque no es justo que mi vida haya tenido que cambiar, porque no es justo que no pueda cambiar hacia donde yo quiero, y menos justo es que tenga que mirar todo esto con los brazos cruzados. Y porque todo, todo, todo, se lo debo a la distancia que no puedo salvar cuando quiero, ni como quiero.



Pobre de mí, siempre. Trato de imaginar una vida independiente, decidiendo las cosas por mí misma, y no puedo. Sé que mi propia vida está ahí, en el horizonte, pero no llego a verla. Se encuentra al final de una empinada cuesta, una cuesta ante la cual tengo la tentación de rendirme.

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