miércoles, 27 de julio de 2011

These words are my heart and soul.

El verano elevado al máximo exponente. Un pueblo desierto a la hora de la siesta, solo se oye el sol derritiendo la acera, y las chicharras roncar. A lo lejos, quizá el sonido de páginas pasando, La Hojarasca, edición de 1969. Y leo "Ella está abriendo y cerrando las puertas, aguardando a que el reloj patriarcal se incorpore de la siesta y le agasaje los sentidos con la campanada de las tres. Antes de que el niño vuelva a quedarse recto, pensativo, la mujer ha rodado la máquina hacia el corredor y los hombres han mordido dos veces los tabacos, mientras observan una ida y vuelta completa de la navaja.; y Águeda, la tullida, hace un último esfuerzo por despertar las rodillas; y la señora Rebeca da una nueva vuelta a la cerradura y piensa: «míercoles en Macondo, Buen día para enterrar al diablo» Pero entonces el niño vuelve a mover­se y hay una nueva transformación en el tiem­po. Mientras se mueva algo, puede saberse que el tiempo ha transcurrido. Antes no. Antes de que algo se mueva es el tiempo eterno, el su­dor, la camisa babeando sobre el pellejo y el muerto insobornable y helado detrás de su len­gua mordida. Por eso no transcurre el tiempo para el ahorcado: porque aunque la mano del niño se mueva, él no lo sabe. Y mientras el muerto lo ignora (porque el niño continúa mo­viendo la mano) Águeda debe de haber corri­do una nueva cuenta en el rosario; la señora Rebeca, tendida en la silla plegadiza, está per­pleja, viendo que el reloj permanece fijo al bor­de del minuto inminente, y Águeda ha tenido tiempo (aunque en el reloj de la señora Rebeca no haya transcurrido el segundo) de pasar una nueva cuenta en el rosario y pensar: «Esto haría si pudiera ir hasta donde el padre Ángel.» Luego la mano del niño desciende y la navaja aprovecha el movimiento en la penca y uno de los hombres, sentado en la frescura del quicio, dice: «Deben ser como las tres y media, ¿no es cierto?» Entonces la mano se detiene. Otra vez el reloj muerto a la orilla del minuto siguiente, otra vez la navaja detenida en el espacio de su propio acero. Pero el nuevo movimiento se frus­tra, mi padre entra a la habitación y los dos tiempos se reconcilian; las dos mitades ajus­tan, se consolidan, y el reloj de la señora Re­beca cae en la cuenta de que ha estado con­fundido entre la parsimonia del niño y la im­paciencia de la viuda, y entonces bosteza, ofus­cado, se zambulle en la prodigiosa quietud del momento, y sale después chorreante de tiem­po líquido, de tiempo exacto y rectificado, y se inclina hacia adelante y dice con ceremoniosa dignidad: «Son las dos y cuarenta y siete mi­nutos, exactamente.» "

Y que digan que las palabras tienen límites me sigue sorprendiendo. No se podrá tocar el tiempo, ni se podrá verlo pasar, pero existiendo las palabras, para mí pierden importancia los sentidos. Se nota el tiempo, se siente pasar entre las páginas. Que ole las pelotas de García Marquez dicho sea de paso, y hablando mal y pronto.
Y además, no me canso de decirlo: maravilloso el castellano.
Por lento que pase, por tortuoso que sea... ah, verano. Verano. Aburrido PERO menos es nada.


I don't want this moment to ever end.. when everything's nothing without you.

domingo, 10 de julio de 2011

Dreams and pages.

Sucede que existe en el mundo gente con éxito que hace notar que lo tiene. Y sucede también que el resto somos espectadores de ese éxito que han conseguido, el éxito de verdad. No sé cómo se consigue pero hay personas que lo han alcanzado, haciendo en la vida lo que quieren hacer, haciéndolo bien, y siendo remunerados, que es un dato a considerar.
El caso es que todos queremos ese tipo de éxito, y cuando nos encontramos a una de esas personas que lo tienen, algo dentro de nosotros quiere verse reflejado en ellos. El médico que está siendo entrevistado, el propio periodista, el cantante que habla de cómo llegó tan alto... Todos tienen un par de miles de espectadores pensando lo increíble que sería estar en su lugar de aquí a unos años. No parece nada útil o reconfortante, pero sí que lo es. Porque esos que demuestran que el éxito existe, lo hacen alcanzable. Está ahí, y hay que ir a por ello. La única cuestión es por dónde.
Al menos, sabemos a quién envidiamos. O yo lo sé, porque usar el plural me parece muy arriesgado.
Entrevistaban a Ken Follet, y dijo que leer es lo que convierte al escritor en escritor. Quiero que me entrevisten y decir que oí a Ken Follet decir eso, y pensé "me entrevistarán, porque voy a ser escritora"

domingo, 3 de julio de 2011

Something I can never have.

Hay dos relojes paralelos que solo se escuchan de noche, un reloj frente a otro, y señalan la misma hora. Llevan ritmos distintos y cuelgan de la pared como un reloj de estación.
Pero son dos, dos relojes juntos. Y otro algo más independiente que no sabe qué ritmo lleva, que cada cinco horas se despista, y por la noche se cruza con su segundero. Se cruzan su ritmo y sus minutos y ahí surge el problema. Por la mañana no tiene hora, pero con él me he rendido y ya nunca intento que se encarrile, aun me quedan los relojes paralelos. De ellos puedo decir que ninguno depende del otro, cuentan lo mismo pero se escuchan diferente. Laten por separado, pero juntos parecen el trotar del tiempo sobre tierra dura, como caballos cansados. Y aun siendo libres, se acercan a un mismo momento.
Tengo dos relojes en la pared que son encantadores, cumplieron conmigo 18 y antes de venir a casa malvivían sin funcionar en una tienda horrible. Ahora han cambiado el polvo que los cubría por un montoncito de yeso en el suelo, que viene a sellar su perpetuidad en mi pared. Ellos son dos con un mismo objetivo, en dos direcciones distintas. Útiles y encantadores.
El pequeño reloj de la mesilla es solo uno, de madera ligera y venido desde Praga, me esperó en casa hasta que yo pude llegar aquí. El reloj con el que duermo llegó antes que yo, nunca sabe qué hora es, y no avisa cuando se despista. Nunca sé qué esperar de él, excepto su inconfundible hambre de pilas. Es un gasto, un ruido irregular que acelera, desacelera y para. Y vuelve cuando menos te lo esperas. Una locura que te saca de quicio, pero no tiene que seguir ninguna regla.

Si miro a uno de ellos, deseo estar mirando al otro. Y minutos más tarde deseo no haber mirado, no querer saber qué hora es. Arrepentimiento, culpabilidad y algo de cariño hacen que una voz interna me recrimine, y me centro en saber con exactitud el tiempo que tengo. Y de nuevo me arrepiento, y no quiero saberlo, hasta que el ruido de los tres sube su volumen y me rindo. No puedo elegir, no existe el todo o nada cuando todo es contradictorio. Tendré algo, deseando siempre tener más, y dejar de tener a la vez.


Teléfono, o incluso un bus, unos ojos azules... y resolución a los pensamientos contradictorios. Ahora no busco incomprendidos, alguien me busca a mí, y creo que yo no me comprendo. Es divertido. Se sigue oyendo... tic-t-tac-ttoc-tic-tt-tactoc-tic-t-tac-ttoc-tic-tt..