Si mañana no recuerdo esta sensación, seré otra persona.
Si un día despierto sin saber que sé cómo son tus ojos, perderán el orden el resto de colores.
Si una catástrofe borra toda esto, no podré averiguar de qué manera no me ha ganado el mundo.
Tengo la certeza de que este sentimiento no se puede repetir. Como montar en avión por primera vez. Como probar la cocacola. Así que necesito una cápsula del tiempo, una caja fuerte, un piso franco, un grabado en piedra... Algo, aunque sea esto. Necesito saber que no habrá ninguna realidad en la que no sepa quién eres y quién soy yo contigo.
Cuando te conocí me mirabas como si pudiera romperme en cualquier momento. Como si fuese el mejor premio en la verbena y llevases comprando papeletas toda vida. Una vez pude bajar del pedestal y mi torpeza demostró que no me rompo fácilmente, pude reírme alto y fuerte.
Recuerdo con claridad el momento en que me di cuenta de que estaba cómoda contigo, de que era yo misma: cuando me reí como yo me río y tú me miraste con tus ojos muy abiertos, pero sonriendo.
Un día de verano en el que el oxígeno pesaba demasiado para mis pulmones, me dijiste vamos. Y fuimos a un paseo de madrugada, yo llevaba plomo en los bolsillos y tú trajiste un polo de horchata.
A veces tengo la sensación de que esa noche nunca se terminó y seguimos caminando sin un lugar al que ir, por estar juntos. Y a veces camino y camino, y no sé si cuando vengas traerás tú el plomo o la horchata. A veces, no sé si vendrás.
Pero el vértigo no entiende de "a veces". El vértigo siempre está ahí, aunque no estemos ni tú ni yo, porque nunca se cumple si no caemos. El vértigo se nutre de vernos de pie y de verme a mí asomada a esa realidad en la que no sé quién eres o quién soy yo contigo.
No sé hacia dónde caminamos ahora, pero espero que sea un camino que nos aleje del precipicio y que el vértigo pase y que en nuestras ventanas luzca el sol cada mañana.
Me escucharás, me buscarás, cuando me pierda y no señale el norte la estrella polar...?
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sábado, 28 de octubre de 2017
martes, 26 de agosto de 2014
To all the boys I've ever loved.
Te recuerdo, seguro. Pero no lo hago a menudo.
Sé que hubo un comienzo. Siempre es el comienzo lo más sencillo de pensar. Imagino a la casualidad jugando conmigo, cogiéndome de la cabeza como a un pequeño muñeco en una reproducción en miniatura de la realidad, y dejándome sin pensar en medio de tu camino. Seguramente fue así. O quizá fuiste tú quien se interpuso en el mío, tapando las señales que me llevarían a cualquier otra parte.
Si tú lo haces alguna vez, recuerda a la persona que era antes de que me cambiaras. Antes de quererte, o de creer que me querías. Recuerdame antes de quererme, si lo hiciste. O cuando supiste que lo hacías.
Si fueron muchos o pocos los segundos que pensé en ti, desde que no lo hago eso ya no importa. Mi percepción de la intensidad y el tiempo en que te quise son distintos ahora que ya no lo hago.
Deberías saber que no fue por ti que te quise. Fue por mí. Porque lo que fuera que te gustaba de mí coincidió con lo que sea que me gusta de mí. Mi curiosidad fue la principal causante de que al final, sí que fuera por ti.
Y de nuevo fui yo el motivo para dejar de quererte. Si tú lo hiciste primero, me alegro de que pudieras dejar que yo me diese cuenta después. Si acaso sin saberlo fue cosa mía, estabas haciendo desaparecer esas cosas que te gustaban de mí. Y tarde o temprano tú tampoco me querrías. Así que por esto último, acepto tus disculpas, y fue un placer librarte del error.
Me alegro de no haberte conocido lo suficiente, y de que no sepas cómo te quería, si acaso alguna vez sospechaste que lo hacía. Ojalá te hubieras convertido en otra persona cuando dejé de quererte, y yo no tuviera la certeza de que sigues existiendo pero ya no estás siendo quien tiene una hueco reservado en mí. Porque es incómodo pensar que un pedacito de mi corazón es de un extraño. Es como caminar con las pantuflas de otro en tu sala de estar.
A todos los chicos que quise, sabed que ya no lo hago. Pero hay un momento en el tiempo en el que siempre lo haré, aunque prometo que no es a propósito.
jueves, 21 de agosto de 2014
Una luz.
Take me out tonight where there's music and there's people and they're young and alive.
Driving in your car, I never never want to go home... because I haven't got one anymore.
Take me out tonight because I want to see people and I want to see life. Driving in your car.
Oh, please don't drop me home. Because it's not my home, it's their home, and I'm welcome no more.
Aunque la música hable por ti. La gente viva por ti. La vida es sin ti.
lunes, 14 de julio de 2014
We're all mad here

Y un día tras otro, lo mismo. Pero distinto. Mi padre mira el huerto durante horas, y casi le ha puesto nombre a las lechugas que tiene. Puede decirte exactamente para cuándo estará maduro ese tomate, y se intenta asegurar de que no tenemos que tirar una sola berenjena, a pesar de que no se nos ocurren más formas de cocinarlas.
Mi madre estornuda que parece que va a tirar la casa abajo. Como si en el mundo no tuvieran suficientes huracanes. A la hora de la cena los chistes malos que hacemos mi padre y yo sobre su vestido puesto al revés, desquician a mi madre. Mañana os ponéis a la sombrita todo el día, que el calor os ha dejado tontos. Y mi padre se hace el sordo, y le dice a mi madre que deje de robarle su copa, que la suya es esa otra. Pero cuando se le ha acabado el vino, coge mi vaso de cocacola y me saca la lengua cuando lo devuelve vacío. Pero mírala, papá, dile algo. Y nadie sale en mi defensa, pero mi padre le pregunta a mi abuela si le gusta el café, que hoy se lo ha puesto con hielo. Sí, muy rico muy rico. Pero le gusta más así, o con leche templadita, pregunta mi padre. No, si el café esta muy rico, insiste ella. Pero le gusta más así o de la otra manera. Sí sí, me gusta mucho el café. Sí sí.
Y mi padre se ríe. Y mi madre se ríe, y como no se ha inventado una risa tan contagiosa, pues nos reímos todos. Estáis locos en esta familia, no os enteráis de nada, dice mi abuela.
Y va a ser verdad. Nos falta ponernos sombreros ridículos, porque el juego de las tazas lo vamos dominando. Estamos todos locos aquí. Y a los locos hay que tratarlos con cariño.
No hay un solo lugar en el mundo tan maravilloso como mi cocina. Incluso cuando aparece la leche guardada en el cajón, y el salero en la nevera. Vaya apaño de melonar, que diría mi padre.
domingo, 13 de julio de 2014
Cien años de soledad.
O las dos horas que voy a necesitar para pasar del realismo mágico al infierno de la realidad de un miserable domingo. O un verano de lectura imparable. O el renacimiento de mi admiración profunda hacia García Márquez. Llamad a este tiempo como queráis.
Os dejo un par de pedacitos de brillantez. Así de gratis.
El primero, sobre la que creo que es la más cruel de todos los personajes, que tiene el carácter perfectamente definido, y al final no le quedan ni ganas de seguir siendo mala.
"Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que la devastaban los años. Se humanizó en la soledad."
El segundo, realmente necesario. Es de las últimas páginas del libro, refiriéndose a un librero catalán que decide volver a Barcelona, y cada metro que avanza el barco más añora la tierra que deja atrás. Mientras acababa la novela, no podía dejar de sentirme identificada con él, y más que nada con este fragmento. Las ganas que tenía de acabar con tanta soledad y miseria, junto con la certeza de que iba a extrañarlas, con todo el universo que va con ellas.
"Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera."
Os dejo un par de pedacitos de brillantez. Así de gratis.
El primero, sobre la que creo que es la más cruel de todos los personajes, que tiene el carácter perfectamente definido, y al final no le quedan ni ganas de seguir siendo mala.
"Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que la devastaban los años. Se humanizó en la soledad."
El segundo, realmente necesario. Es de las últimas páginas del libro, refiriéndose a un librero catalán que decide volver a Barcelona, y cada metro que avanza el barco más añora la tierra que deja atrás. Mientras acababa la novela, no podía dejar de sentirme identificada con él, y más que nada con este fragmento. Las ganas que tenía de acabar con tanta soledad y miseria, junto con la certeza de que iba a extrañarlas, con todo el universo que va con ellas.
"Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera."
jueves, 19 de junio de 2014
My songs know what you did in the dark
Las estrellas no me quieren dar respuesta, dijo. Tiene una pregunta para cada estrella, y las formula cada noche inútilmente. Quizá los astros no tengan las respuestas, o nadie
las merezca. Quizá nadie pueda darlas. Pierde el tiempo buscando en el cielo nocturno la utilidad. Su belleza no está ahí para explicar nuestra vida, nunca estará a nuestro servicio. Y además yo creo que las preguntas
importantes no se pueden responder o pierden su importancia.
Eso le contesté yo. Que vivamos. Intentemos que nuestras preguntas
se calmen solas, hagamos de la vida nuestra respuesta. Se vendrán conmigo, las
estrellas. A ellas les pica la curiosidad sobre mis preguntas, le dije. Ya ves,
tú haces preguntas a las estrellas, y yo creo que somos sus respuestas. Somos nosotros los que tienen alguna utilidad para ellas. O puede
que sólo seamos su fuente de incógnitas. En cualquier caso, sin nosotros se aburren.
jueves, 5 de junio de 2014
The Phoenix
Hace tiempo que te conozco y no has dejado de asombrarme. Actúas de forma tan peculiar que es imposible no fijarse en ti, y sin embargo lo haces para pasar desapercibida. Intento conservar cada imagen que tengo de ti, y no dejas de hacer que desaparezcan.
Supuse que estabas huyendo en el momento en que te conocí, pero nunca imaginé que hubiera detrás de tu irrefrenable escape un motivo real. Parece que eres una persona maravillosa que pone todo su esfuerzo en convertirse en un ser humano normal y corriente. Como todos los demás. Solo que los demás se esfuerzan por parecer tan especiales como tú eres.
Hace cinco años escuché una historia en la que una chica se quedó atrapada, porque nunca me contaron el final. Por lo que yo sé, ella se quedó huyendo de sus captores y esquivando a sus asesinos por una carretera secundaria, dejando detrás una realidad que no comprendía y a alguien realmente especial que le salvó la vida. Mi amigo Dorian me contó esta historia. A su manera, desde su peculiar encierro en su mente. A él le conozco desde que su tía murió. Acudí a su casa después del accidente para encontrarle sentado a su lado, balanceándose y murmurando, con los cristales de un jarrón que parecía ser el arma homicida clavados en sus manos. Todo el mundo asumió que había sido él, ya que a veces los jóvenes autistas pueden ser impredecibles e irascibles. Sin embargo, desde el momento en que llegué a la casa supe que no había podido ser él, y que su mente no era tan inalcanzable como muchos se creían.
Pero tú ya debes saber eso, ¿verdad?. Unos días atrás recordé esta historia y pensé que quizá no me la tomé en serio cuando me la contaron. Quizá esa chica que huyó existía de verdad, y ha pasado los últimos cinco años huyendo. Quizá salió de aquella casa con el resto de cristales de aquel jarrón. Y quizá se encontró conmigo tiempo después, mientras buscaba a su salvador para agradecérselo, y no pudo pasar desapercibida. Pero volvió a huir y yo decidí escribirle una carta.
No sé por qué siento la necesidad de hacerte saber que conozco la verdad, cuando este hecho te hará sentir incómoda y vulnerable. Pero entiendo que es un secreto, y no puedo contárselo a nadie más, y creo que soy la única persona que no tiene intención de hacerte seguir huyendo ni temer por tu vida. Solo quiero que sepas que toda una vida escapando acabará contigo. Quizá sigas viviendo pero no vas a volver a ser tú, está acabando con todo lo que te hace especial. Quien fuera que te perseguía ha conseguido su objetivo, te está arrebatando tu vida.
Cinco años atrás creía tener algo que contar: Nunca estuve aquí.
Supuse que estabas huyendo en el momento en que te conocí, pero nunca imaginé que hubiera detrás de tu irrefrenable escape un motivo real. Parece que eres una persona maravillosa que pone todo su esfuerzo en convertirse en un ser humano normal y corriente. Como todos los demás. Solo que los demás se esfuerzan por parecer tan especiales como tú eres.
Hace cinco años escuché una historia en la que una chica se quedó atrapada, porque nunca me contaron el final. Por lo que yo sé, ella se quedó huyendo de sus captores y esquivando a sus asesinos por una carretera secundaria, dejando detrás una realidad que no comprendía y a alguien realmente especial que le salvó la vida. Mi amigo Dorian me contó esta historia. A su manera, desde su peculiar encierro en su mente. A él le conozco desde que su tía murió. Acudí a su casa después del accidente para encontrarle sentado a su lado, balanceándose y murmurando, con los cristales de un jarrón que parecía ser el arma homicida clavados en sus manos. Todo el mundo asumió que había sido él, ya que a veces los jóvenes autistas pueden ser impredecibles e irascibles. Sin embargo, desde el momento en que llegué a la casa supe que no había podido ser él, y que su mente no era tan inalcanzable como muchos se creían.
Pero tú ya debes saber eso, ¿verdad?. Unos días atrás recordé esta historia y pensé que quizá no me la tomé en serio cuando me la contaron. Quizá esa chica que huyó existía de verdad, y ha pasado los últimos cinco años huyendo. Quizá salió de aquella casa con el resto de cristales de aquel jarrón. Y quizá se encontró conmigo tiempo después, mientras buscaba a su salvador para agradecérselo, y no pudo pasar desapercibida. Pero volvió a huir y yo decidí escribirle una carta.
No sé por qué siento la necesidad de hacerte saber que conozco la verdad, cuando este hecho te hará sentir incómoda y vulnerable. Pero entiendo que es un secreto, y no puedo contárselo a nadie más, y creo que soy la única persona que no tiene intención de hacerte seguir huyendo ni temer por tu vida. Solo quiero que sepas que toda una vida escapando acabará contigo. Quizá sigas viviendo pero no vas a volver a ser tú, está acabando con todo lo que te hace especial. Quien fuera que te perseguía ha conseguido su objetivo, te está arrebatando tu vida.
Cinco años atrás creía tener algo que contar: Nunca estuve aquí.
domingo, 20 de abril de 2014
Just One Yesterday
Hacía horas que había anochecido a un lado del mundo, mientras que en el otro quedaban unos minutos para el amanecer. Él estaba en el lado en el que aún le quedaba por delante gran parte de la noche, pero no conseguía dormir. Se imaginaba cómo estaría ella. Seguramente su pelo ocuparía media almohada mientras aprovechaba sus últimos minutos de sueño antes de que sonara el despertador. No dejaba de preguntarse si se habría paseado aquella noche por alguno de sus sueños, y si cuando él consiguiera dormirse, ella le visitaría a él en los suyos. Seguramente soñar con él arruinaría el humor de la joven para todo el día, y eso lo alegraba y lo deprimía a partes iguales. Nada le dolía tanto como hacerla sufrir, pero al recordar todas sus disputas, su sufrimiento parecía ser el único consuelo que podría obtener.
Unos años atrás se despertaba todas las noches de alguna pesadilla, y se alegraba de que su pelo negro le estuviera robando espacio en la cama, porque eso significaba que ella estaba cerca. Este pensamiento no estaba dividido, solo podía entristecerle. Recordó también la primera vez que le llamó Morena, y su risa contenida, y cómo se mordía el labio inferior tratando de decidir si quería besarlo o abofetearlo. Estaba corriendo detrás de ella porque se negaba a darle las llaves del coche. Corrieron en círculos alrededor de este, hasta que se encontraron agotados, mirándose de frente a través de las ventanillas. Apenas llevaban unos meses saliendo, y le dijo que iba a a acabar con él, morena. Desde entonces la llamaba así para conseguir ese gesto suyo. Sabía que le molestaba ser llamada de cualquier manera que no fuera su nombre, pero también que no podía resistirse a reír cuando él lo decía.
En los últimos días de relación trató de llamarla así un par de veces, pero no había ningún tipo de reacción. No se enfadaba ni siquiera. Pero cuando se despidieron, él la beso en la mejila y susurró "Suerte, morena" y consiguió una sonrisa de medio lado.
Mientras salía el sol en el otro lado del mundo, sonó un teléfono. Ella se incorporó pensando que era la alarma, pero esta saltó unos segundos más tarde. Lo que la había despertado era un mensaje, con una sola palabra en su interior. No supo cómo reaccionar ante aquello. Sonrió, y su sonrisa fue torciéndose mientras apretaba los labios, sintiendo las lágrimas acumulándose en sus ojos. Y deseó que fuera de noche y estar en otro lugar. En otro momento.
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miércoles, 9 de abril de 2014
Ask the dust.
No conocí a mi abuelo, pero me han hablado tanto de él que su presencia física no es necesaria para afirmar que le conozco. Si nos encontramos en la muerte tendremos una conversación amena, de viejos amigos. Ni siquiera habrá presentaciones, de eso estoy segura. Un abrazo. Uno fuerte. Eso será nuestro saludo.
Es posible que conozca a mi abuelo incluso mejor que aquellos que me cuentan sus historias. Él y yo somos prácticamente la misma persona. El punto diferente de la familia. El silencioso y observador.
Mi abuelo era maestro de vocación y profesión, y yo nací para ser estudiante. Cuando tenía 10 años decidí dejar de hablar, pero no pude lograrlo durante mucho tiempo porque tenía demasiadas preguntas. Mamá es maestra también. Suele responder cuando pregunto si es que se concentra lo suficiente en esa idea. Son maravillosos los maestros. Alimentan a la gente como yo.
Aquí, sin embargo, no queda uno solo. Los educadores se han extinguido y estamos todos condenados a la vida vacía de la ignorancia o a aprender por cuenta propia. Pero a nadie le preocupa en medio de una guerra. Excepto a mí, y a mis preguntas.
La primera de ellas lleva rondándome varios meses. Desde que comenzaron los bombardeos. No entiendo de qué manera se caen las casas. ¿Cómo lo hacen? Algunos muros quedan intactos. No se mueven ni los cuadros, ni las estanterías. Nada. Y otros sin embargo desaparecen.. No acaban en el suelo en pedazos, sencillamente se esfuman. No queda ni rastro. La panadería de la que mi abuela siempre se quejaba porque el pan estaba crudo mantuvo, tras una bomba, todas sus paredes. Y el techo. Pero la entrada desapareció. Solo quedaba polvo en su lugar.
Yo creo que fue una forma de que el universo regalase pan a todo el vecindario, aunque ciertamente no era necesario que la panadera estuviera cruzando el umbral de la puerta cuando este se derrumbó. Le quitó mucha poética a todo el asunto y nos hizo llorar a casi todos. Era una mujer muy guapa. Mayor, pero aun muy elegante y correcta. Estaba ahí desde siempre, y aunque no se hacía querer, nos recordaba a todos los tiempos pasados. Mejores. Cuando tu existencia el día de mañana estaba asegurado. Ella era una constante, y cuando se murió a nadie le cabía duda de que esta dichosa guerra sería irreversible.
En casa cayó un rayo, no una bomba. Provocó un incendio que vio su mejor aliado en la colección de tickets de compra y papeles inservibles de mi abuela. Arrasó con todo. Lo único que siento es que todas las cartas que escribí a mi abuelo durante años ardieran también. Mi abuela no lo sintió en absoluto. No siente nada. Ni siquiera cuando se ríe. Yo creo que cuando se es mayor y malo, sentir es aburrido. Una carga. Como si se robara protagonismo al resto de personas que aun quieren sentir algo. Si mi abuelo viviera, ella sentiría. Estoy segura. Lo habría puesto todo en orden. Y quizá también encontraría una respuesta fiable al tema de las paredes que desaparecen.
No sé bien qué hago aquí, escribiendo. Creo que no podría hacer ninguna otra cosa. Tengo 20 años y me siento vieja, pero con demasiados sentimientos. Una de esas abuelitas a las que apenas se les puede mencionar ningún tema sin que se echen a llorar, y al final solo consiguen silencio a su alrededor y el sonido de las agujas de tejer. Cuando sea realmente vieja, estaría bien ser así. Necesitaré silencio para compensar el ruido al que están sometidas mis ideas.
La calle hierve a todas horas y mis oídos suenan por sí solos con palabras que parecen emitidas a veces por mi voz, a veces por la de mi abuelo. O la forma en que me la he imaginado, que seguramente siga siendo mi propia voz.
Me siento como si no hubiese sitio en mí para más recuerdos, como si hubiera vivido cien años. Y no sé si alegrarme de que no sea así. Quizá los muros que se esfuman sencillamente no puedan aguantar más el peso del papel pintado y el tacto de las manos del obrero que lo colocó allí. Y por eso se esfuman. Derruidos tendrían que mantener el mismo peso y prefieren ser polvo. Acabar. No tener más historia. Ser lineales, con principio y fin. Le haré estas preguntas al próximo maestro que me encuentre.
Es posible que conozca a mi abuelo incluso mejor que aquellos que me cuentan sus historias. Él y yo somos prácticamente la misma persona. El punto diferente de la familia. El silencioso y observador.
Mi abuelo era maestro de vocación y profesión, y yo nací para ser estudiante. Cuando tenía 10 años decidí dejar de hablar, pero no pude lograrlo durante mucho tiempo porque tenía demasiadas preguntas. Mamá es maestra también. Suele responder cuando pregunto si es que se concentra lo suficiente en esa idea. Son maravillosos los maestros. Alimentan a la gente como yo.
Aquí, sin embargo, no queda uno solo. Los educadores se han extinguido y estamos todos condenados a la vida vacía de la ignorancia o a aprender por cuenta propia. Pero a nadie le preocupa en medio de una guerra. Excepto a mí, y a mis preguntas.
La primera de ellas lleva rondándome varios meses. Desde que comenzaron los bombardeos. No entiendo de qué manera se caen las casas. ¿Cómo lo hacen? Algunos muros quedan intactos. No se mueven ni los cuadros, ni las estanterías. Nada. Y otros sin embargo desaparecen.. No acaban en el suelo en pedazos, sencillamente se esfuman. No queda ni rastro. La panadería de la que mi abuela siempre se quejaba porque el pan estaba crudo mantuvo, tras una bomba, todas sus paredes. Y el techo. Pero la entrada desapareció. Solo quedaba polvo en su lugar.
Yo creo que fue una forma de que el universo regalase pan a todo el vecindario, aunque ciertamente no era necesario que la panadera estuviera cruzando el umbral de la puerta cuando este se derrumbó. Le quitó mucha poética a todo el asunto y nos hizo llorar a casi todos. Era una mujer muy guapa. Mayor, pero aun muy elegante y correcta. Estaba ahí desde siempre, y aunque no se hacía querer, nos recordaba a todos los tiempos pasados. Mejores. Cuando tu existencia el día de mañana estaba asegurado. Ella era una constante, y cuando se murió a nadie le cabía duda de que esta dichosa guerra sería irreversible.
En casa cayó un rayo, no una bomba. Provocó un incendio que vio su mejor aliado en la colección de tickets de compra y papeles inservibles de mi abuela. Arrasó con todo. Lo único que siento es que todas las cartas que escribí a mi abuelo durante años ardieran también. Mi abuela no lo sintió en absoluto. No siente nada. Ni siquiera cuando se ríe. Yo creo que cuando se es mayor y malo, sentir es aburrido. Una carga. Como si se robara protagonismo al resto de personas que aun quieren sentir algo. Si mi abuelo viviera, ella sentiría. Estoy segura. Lo habría puesto todo en orden. Y quizá también encontraría una respuesta fiable al tema de las paredes que desaparecen.
No sé bien qué hago aquí, escribiendo. Creo que no podría hacer ninguna otra cosa. Tengo 20 años y me siento vieja, pero con demasiados sentimientos. Una de esas abuelitas a las que apenas se les puede mencionar ningún tema sin que se echen a llorar, y al final solo consiguen silencio a su alrededor y el sonido de las agujas de tejer. Cuando sea realmente vieja, estaría bien ser así. Necesitaré silencio para compensar el ruido al que están sometidas mis ideas.
La calle hierve a todas horas y mis oídos suenan por sí solos con palabras que parecen emitidas a veces por mi voz, a veces por la de mi abuelo. O la forma en que me la he imaginado, que seguramente siga siendo mi propia voz.
Me siento como si no hubiese sitio en mí para más recuerdos, como si hubiera vivido cien años. Y no sé si alegrarme de que no sea así. Quizá los muros que se esfuman sencillamente no puedan aguantar más el peso del papel pintado y el tacto de las manos del obrero que lo colocó allí. Y por eso se esfuman. Derruidos tendrían que mantener el mismo peso y prefieren ser polvo. Acabar. No tener más historia. Ser lineales, con principio y fin. Le haré estas preguntas al próximo maestro que me encuentre.
viernes, 13 de septiembre de 2013
Islas a la deriva
¿Sabes qué? Te voy a dedicar unas palabras, quiero conseguir que comprendas algo.
Seguro que tienes una pasión secreta, una de esas cosas a las que dedicarías toda tu vida si pudieras, o que piensas dejar algo de lado hasta que tengas tiempo, en lo que imaginas pasar los veranos antes de que lleguen. No es cosa tuya, todos tenemos una, lo que somos cuando nadie nos mira y nadie nos juzga. No a todos nos golpea una de esas muy fuerte, a veces solo nos acaricia, como si fuera aire, y ni siquiera nos damos cuenta de que pasó de verdad. Pues bien, en estas frases y párrafos para ti te contaré quién soy en esa parte del tiempo en la que sí me miran, pero cuando aquellos que juzgan son desconocidos. En los momentos en que todos nos convertimos en uno más de esos hombres trajeados con maletas y corbatas. Te contaré quién soy entonces, porque ahora puedo verme de lejos, ahora no estoy siendo esa. Esa grita desde el sótano como puede, con las manos atadas al suelo.
Camino hacia el metro con la radio en los cascos, abro la puerta de un empujón y bajo las escaleras mecánicas parada mientras giro la mochila hacia mi pecho para sacar el abono, lo sujeto con los dientes, cierro la cremallera y comienzo a bajar los últimos escalones al tiempo que me coloco la mochila. Ni siquiera lo pienso, lo he hecho tantas veces que cuando llego a los tornos en ocasiones ni siquiera sé cómo he llegado hasta allí. Y así continúa mi trayecto, apago la radio que ya solo emite un sonido de interferencias y pongo música. La misma música que hace un año, desde que no tengo ordenador. El mismo camino. No pienso, no miro, solo bajo escaleras, subo en un vagón, espero, subo escaleras, otro vagón, escaleras, vagón... y camino recto hasta que recupero la conciencia porque tengo que tomar alguna decisión.
A veces, sin embargo, me agota esa existencia y reseteo. Me paso a ser otra persona, la que teclea ahora estas palabras. Cojo un libro. Va en la mochila y cambia el sitio de mi abono, el orden de las canciones, mi viaje. Mi día, mi semana, y si tengo suerte cambia mi vida. Cuando camino en la estación sigue siendo por una orden automática para mis piernas pero mi cabeza no está ahí dejándose llevar, está en otro lugar, en algún otro tiempo, siendo cualquier otra cosa. Y entonces siento que cada uno de esos autómatas que comparten tantas horas en vagones deshumanizados son algo más, podrían ser algo más. Podría algún día yo, pequeña y cobarde, darles la oportunidad de ser palabras. Darles quizá una vida inventada como la que me dan a mi John Fante, Fitzgerald, Baroja o cualquier mago de aquellos. Y pienso que quizá sí, y quizá la vida pueda ser algo más, porque por obvio que parezca, no siempre se ve tan claro. En demasiadas ocasiones el martes continuo en que se convierte el invierno de Madrid me hace olvidar que hay pasión dentro de mi, que hay algo por lo que vivir de verdad. Por lo que ser con todas tus fuerzas, algo muy lejos de las caras grises del día a día en el transporte público, las habitaciones de invitados, la teoría política, y el frío.
Juraría que era Daisy quien, en el Gran Gatsby le decía a su primo "No te angusties, la vida vuelve a empezar con el otoño" y yo pensé que Daisy no sabía nada. Me la imaginé con voz peculiar diciendo esas palabras como si realmente su vida comenzara y la odié por la envidia durante muchas páginas. Porque para mí, era entonces cuando la vida se apagaba. Cuando la gente se acumula de vuelta al mundo de las personas que no son, llenando su existencia de caminos que no quieren hacer, comidas que no desean tener y horas muertas (nunca mejor dicho) vacías de ganas. Gente que vive para trabajar, y esto último lo hace para vivir apenas unas semanas al año. Lo de ser adulto fue la mayor estafa que les pudieron vender y se han convertido en esa persona más, en una conversación simple de objetivos siempre similares.
Pero no quiero dedicarte un pensamiento tan negativo cuando tanta vida se encuentra alrededor. Sé que todas las personas han tenido momentos de verdadera pasión, y quizá han perdido la valentía y el compromiso de vivir por ellos. Pero tú no eres así. Tú serás una de esas personas que caminan por ahí como si cayeran de otro planeta, disfrutando de cada detalle, renanciendo con el otoño. Con las ventanas abiertas y tus sueños bien atrapados, pavimentando tus martes. Y yo, lector desinteresado, ingresaré también en ese grupo. Envidiaros es un trabajo agotador y he decidido liderar la fila. Yo me he dado cuenta a tiempo de que dentro de diez años no quedará nada de mi paseo hacia el metro, no importará lo bien que lo hiciera.
Y aquí llega por fin lo que debes entender. Lo que hace que me siente y teclee como si respirase. Solo importará lo que vi y pensé, no lo que hice sin razonar ni sentir. Importará lo que leí, y lo que escribí, porque será aquello que de verdad viví.
Seguro que tienes una pasión secreta, una de esas cosas a las que dedicarías toda tu vida si pudieras, o que piensas dejar algo de lado hasta que tengas tiempo, en lo que imaginas pasar los veranos antes de que lleguen. No es cosa tuya, todos tenemos una, lo que somos cuando nadie nos mira y nadie nos juzga. No a todos nos golpea una de esas muy fuerte, a veces solo nos acaricia, como si fuera aire, y ni siquiera nos damos cuenta de que pasó de verdad. Pues bien, en estas frases y párrafos para ti te contaré quién soy en esa parte del tiempo en la que sí me miran, pero cuando aquellos que juzgan son desconocidos. En los momentos en que todos nos convertimos en uno más de esos hombres trajeados con maletas y corbatas. Te contaré quién soy entonces, porque ahora puedo verme de lejos, ahora no estoy siendo esa. Esa grita desde el sótano como puede, con las manos atadas al suelo.
Camino hacia el metro con la radio en los cascos, abro la puerta de un empujón y bajo las escaleras mecánicas parada mientras giro la mochila hacia mi pecho para sacar el abono, lo sujeto con los dientes, cierro la cremallera y comienzo a bajar los últimos escalones al tiempo que me coloco la mochila. Ni siquiera lo pienso, lo he hecho tantas veces que cuando llego a los tornos en ocasiones ni siquiera sé cómo he llegado hasta allí. Y así continúa mi trayecto, apago la radio que ya solo emite un sonido de interferencias y pongo música. La misma música que hace un año, desde que no tengo ordenador. El mismo camino. No pienso, no miro, solo bajo escaleras, subo en un vagón, espero, subo escaleras, otro vagón, escaleras, vagón... y camino recto hasta que recupero la conciencia porque tengo que tomar alguna decisión.
A veces, sin embargo, me agota esa existencia y reseteo. Me paso a ser otra persona, la que teclea ahora estas palabras. Cojo un libro. Va en la mochila y cambia el sitio de mi abono, el orden de las canciones, mi viaje. Mi día, mi semana, y si tengo suerte cambia mi vida. Cuando camino en la estación sigue siendo por una orden automática para mis piernas pero mi cabeza no está ahí dejándose llevar, está en otro lugar, en algún otro tiempo, siendo cualquier otra cosa. Y entonces siento que cada uno de esos autómatas que comparten tantas horas en vagones deshumanizados son algo más, podrían ser algo más. Podría algún día yo, pequeña y cobarde, darles la oportunidad de ser palabras. Darles quizá una vida inventada como la que me dan a mi John Fante, Fitzgerald, Baroja o cualquier mago de aquellos. Y pienso que quizá sí, y quizá la vida pueda ser algo más, porque por obvio que parezca, no siempre se ve tan claro. En demasiadas ocasiones el martes continuo en que se convierte el invierno de Madrid me hace olvidar que hay pasión dentro de mi, que hay algo por lo que vivir de verdad. Por lo que ser con todas tus fuerzas, algo muy lejos de las caras grises del día a día en el transporte público, las habitaciones de invitados, la teoría política, y el frío.
Juraría que era Daisy quien, en el Gran Gatsby le decía a su primo "No te angusties, la vida vuelve a empezar con el otoño" y yo pensé que Daisy no sabía nada. Me la imaginé con voz peculiar diciendo esas palabras como si realmente su vida comenzara y la odié por la envidia durante muchas páginas. Porque para mí, era entonces cuando la vida se apagaba. Cuando la gente se acumula de vuelta al mundo de las personas que no son, llenando su existencia de caminos que no quieren hacer, comidas que no desean tener y horas muertas (nunca mejor dicho) vacías de ganas. Gente que vive para trabajar, y esto último lo hace para vivir apenas unas semanas al año. Lo de ser adulto fue la mayor estafa que les pudieron vender y se han convertido en esa persona más, en una conversación simple de objetivos siempre similares.
Pero no quiero dedicarte un pensamiento tan negativo cuando tanta vida se encuentra alrededor. Sé que todas las personas han tenido momentos de verdadera pasión, y quizá han perdido la valentía y el compromiso de vivir por ellos. Pero tú no eres así. Tú serás una de esas personas que caminan por ahí como si cayeran de otro planeta, disfrutando de cada detalle, renanciendo con el otoño. Con las ventanas abiertas y tus sueños bien atrapados, pavimentando tus martes. Y yo, lector desinteresado, ingresaré también en ese grupo. Envidiaros es un trabajo agotador y he decidido liderar la fila. Yo me he dado cuenta a tiempo de que dentro de diez años no quedará nada de mi paseo hacia el metro, no importará lo bien que lo hiciera.
Y aquí llega por fin lo que debes entender. Lo que hace que me siente y teclee como si respirase. Solo importará lo que vi y pensé, no lo que hice sin razonar ni sentir. Importará lo que leí, y lo que escribí, porque será aquello que de verdad viví.
domingo, 28 de julio de 2013
Waiting for the good times
No hay luces en la ciudad, pero nunca está a oscuras. El calor funde los edificios entre la lluvia sofocante de un verano que parece durar ya años.
Encontré un hotel después de vagar varias horas por las afueras, es un lugar al que nadie con algo de sentido común acudiría pero también mi única opción en aquel momento. El dueño, recepcionista, jefe de cocina y asistente de limpieza apenas se inmutó al verme aparecer, pero por un buen precio se convirtió en un gran anfitrión y ahora estoy alojada en la mejor parte de esta ratonera de hormigón y pintura descorchada, según me dijo. En esta habitación todo parece estar situado de la peor manera, hay polvo hasta en las almohadas y los quinqués de la mesilla parpadean con lo poco que quedaba de gas, como pidiendo perdón.
El calor es exagerado a pesar del agua, demasiado para conciliar el sueño, así que la ciudad entera permanece despierta. He aprendido que cuando esto ocurre, dejan que lo peor de ellos sea libre al amparo de la madrugada. Desoyendo el consejo del apático recepcionista pluriempleado, en cuanto deje de llover saldré a reencontrar esa vida nocturna que se intuye tras cada edificio. Si no me han devorado para entonces los mosquitos, claro.
Todas las miradas detrás de los cristales esconden miseria, a veces incluso la enseñan. Es como una bandera blanca, algunos la ondean para que esté bien claro qué es lo que hay, para no engañar al visitante. Para que nadie se confunda y entre sonriendo como si fuera a cambiar el mundo. Recuerdo mi primera noche aquí, me pude dar cuenta de que un buen oído es lo único que puede ayudarte en un sitio como este, donde la luz eléctrica es tan poco fiable como la predicción meteorológica de cielo despejado. Entre los sonidos de las goteras y el repiqueteo del agua contra las chapas de hormigón que hacen de tejado pueden intuirse todas las historias que se suceden en las calles y en las casas. Gritos, risas, peleas, y más información de la que uno es capaz de soportar en muchas ocasiones. De día, lo único que se puede ver es una bruma extraña que se crea cuando la lluvia se encuentra con el asfalto, que no tiene tiempo de enfriarse en las pocas horas de luna. De modo que ya sea de día o de noche, nadie creería en tu palabra solo porque jures haberlo visto con tus ojos.
Gracias a esta continua confusión y a que el alcohol ha acabado con los pocos hombres cuerdos que quedaban, todo lo que sucede es clandestino, así que oficialmente nunca sucede nada.
Aun no ha parado de llover, y tras doce horas de sueño y otras tantas de un extraño sopor causado por el cansancio, el calor, y la pesada comida que sirven aquí, creo que es el momento de salir afuera. Aunque quizá mañana, con las primeras luces. No puedo arriesgarme a salir ahora y exponerme a las miradas que acechan desconfiadas tras cada ventana, sería salir desarmada al campo de batalla. Ellos están acostumbrados y saben entender su oscuridad, y yo... nunca tuve buen oído.
Encontré un hotel después de vagar varias horas por las afueras, es un lugar al que nadie con algo de sentido común acudiría pero también mi única opción en aquel momento. El dueño, recepcionista, jefe de cocina y asistente de limpieza apenas se inmutó al verme aparecer, pero por un buen precio se convirtió en un gran anfitrión y ahora estoy alojada en la mejor parte de esta ratonera de hormigón y pintura descorchada, según me dijo. En esta habitación todo parece estar situado de la peor manera, hay polvo hasta en las almohadas y los quinqués de la mesilla parpadean con lo poco que quedaba de gas, como pidiendo perdón.
El calor es exagerado a pesar del agua, demasiado para conciliar el sueño, así que la ciudad entera permanece despierta. He aprendido que cuando esto ocurre, dejan que lo peor de ellos sea libre al amparo de la madrugada. Desoyendo el consejo del apático recepcionista pluriempleado, en cuanto deje de llover saldré a reencontrar esa vida nocturna que se intuye tras cada edificio. Si no me han devorado para entonces los mosquitos, claro.
Todas las miradas detrás de los cristales esconden miseria, a veces incluso la enseñan. Es como una bandera blanca, algunos la ondean para que esté bien claro qué es lo que hay, para no engañar al visitante. Para que nadie se confunda y entre sonriendo como si fuera a cambiar el mundo. Recuerdo mi primera noche aquí, me pude dar cuenta de que un buen oído es lo único que puede ayudarte en un sitio como este, donde la luz eléctrica es tan poco fiable como la predicción meteorológica de cielo despejado. Entre los sonidos de las goteras y el repiqueteo del agua contra las chapas de hormigón que hacen de tejado pueden intuirse todas las historias que se suceden en las calles y en las casas. Gritos, risas, peleas, y más información de la que uno es capaz de soportar en muchas ocasiones. De día, lo único que se puede ver es una bruma extraña que se crea cuando la lluvia se encuentra con el asfalto, que no tiene tiempo de enfriarse en las pocas horas de luna. De modo que ya sea de día o de noche, nadie creería en tu palabra solo porque jures haberlo visto con tus ojos.
Gracias a esta continua confusión y a que el alcohol ha acabado con los pocos hombres cuerdos que quedaban, todo lo que sucede es clandestino, así que oficialmente nunca sucede nada.
Aun no ha parado de llover, y tras doce horas de sueño y otras tantas de un extraño sopor causado por el cansancio, el calor, y la pesada comida que sirven aquí, creo que es el momento de salir afuera. Aunque quizá mañana, con las primeras luces. No puedo arriesgarme a salir ahora y exponerme a las miradas que acechan desconfiadas tras cada ventana, sería salir desarmada al campo de batalla. Ellos están acostumbrados y saben entender su oscuridad, y yo... nunca tuve buen oído.
martes, 6 de noviembre de 2012
La única forma de fracasar es intentarlo.
Y eso, puede meter tanto miedo que, desde la perspectiva de la elección racional, podemos hacer cuentas y sale más rentable no intentarlo.
La cuestión es que existe una tercera variable, y es que tampoco puede uno ganar si no apuesta.
Así que es simple, cojo y me digo oye, pregúntate qué puedes hacer con el resto de tu tiempo. Cómo vas a llevar el resto de tu vida. Puedes quedarte paralizada mientras el pánico se come tus muchoncitos de muchedad, o seguir intentándolo como venías haciendo antes de llegar a la capital, y fracasando una y otra a vez, con algún éxito que se cuela a aquella que va la vencida. Piénsalo bien si eliges no intentarlo, no actuar. No vivir.
Ahora sí que sí, vuelve a plantearte cuál es la decisión racional.
No se ha encontrado todavía un enemigo peor que el que eres tú, para ti. (En cualquier caso, tiempo al tiempo. El gobierno se lo está currando para quitarte el puesto...)
Llevo meses muerta de miedo. Se esconde y aparece donde y cuando menos lo espero, y hace que pierda la cabeza. Tengo pánico, eso es lo que es. Porque el miedo es algo lógico y racional, uno teme aquello que puede pasar, pero que no le gustaría que pasase. Si temes es porque tienes algo que perder. El miedo es bueno, te mantiene alerta.
El pánico, sin embargo, es completamente ilógico e inútil. Sabemos que es irracional, y aun así tenemos pánico a animales pequeñitos e inofensivos, a mirar hacia abajo, al compromiso. Pero una araña no va a acabar con tu vida, porque mires al suelo desde un décimo piso no vas a caerte, y un acuerdo duradero no te ahogará. El pánico no te mantiene alerta, te hace perder las riendas.
Yo tengo pánico, sí, pero no a esa consecuencia lógica de intentarlo que es fracasar. Al fracaso se le teme, es perfectamente racional. Yo tiemblo ante la perspectiva del intento. Del éxito. Temo intentarlo, porque siento que sea como sea el resultado, no sentiré que realmente lo he intentado. Lo habré dejado a medias, me habré convertido en un intento tan chiquitito que no merece la pena hacerlo fracasar. Sencillamente pasará inadvertido, sin pena ni gloria, sin que nadie lo vea venir. Eso es para mí mucho más terrorífico que un fracaso.
El pánico, sin embargo, es completamente ilógico e inútil. Sabemos que es irracional, y aun así tenemos pánico a animales pequeñitos e inofensivos, a mirar hacia abajo, al compromiso. Pero una araña no va a acabar con tu vida, porque mires al suelo desde un décimo piso no vas a caerte, y un acuerdo duradero no te ahogará. El pánico no te mantiene alerta, te hace perder las riendas.
Yo tengo pánico, sí, pero no a esa consecuencia lógica de intentarlo que es fracasar. Al fracaso se le teme, es perfectamente racional. Yo tiemblo ante la perspectiva del intento. Del éxito. Temo intentarlo, porque siento que sea como sea el resultado, no sentiré que realmente lo he intentado. Lo habré dejado a medias, me habré convertido en un intento tan chiquitito que no merece la pena hacerlo fracasar. Sencillamente pasará inadvertido, sin pena ni gloria, sin que nadie lo vea venir. Eso es para mí mucho más terrorífico que un fracaso.
La cuestión es que existe una tercera variable, y es que tampoco puede uno ganar si no apuesta.
Así que es simple, cojo y me digo oye, pregúntate qué puedes hacer con el resto de tu tiempo. Cómo vas a llevar el resto de tu vida. Puedes quedarte paralizada mientras el pánico se come tus muchoncitos de muchedad, o seguir intentándolo como venías haciendo antes de llegar a la capital, y fracasando una y otra a vez, con algún éxito que se cuela a aquella que va la vencida. Piénsalo bien si eliges no intentarlo, no actuar. No vivir.
Ahora sí que sí, vuelve a plantearte cuál es la decisión racional.
No se ha encontrado todavía un enemigo peor que el que eres tú, para ti. (En cualquier caso, tiempo al tiempo. El gobierno se lo está currando para quitarte el puesto...)
I rather feel pain than nothing at all.
miércoles, 29 de agosto de 2012
So random
Quiero ser un mes de Octubre para García Márquez y la actriz ingenua que fue Sibyl para Dorian Gray. Quiero ser un azulejo del más vivo de los colores en cualquier edificio de Gaudí, y el punto más alto del Tibidabo, para el que no esconde ningún secreto Barcelona.
Podría conformarme con pasar un momento sostenida en el aire muerto de la peor noche de verano, flotando, siendo el silencio que desespere al poeta, el que haga creer al músico.
Quiero, que si no es hoy, mañana, algo me convierta en musa o inspiración, y también en artista. la magia, la quietud, la belleza, las palabras. Quiero ser, y no tener, ni seguir queriendo ser. Solo convertirme en el poder del Octubre y las luces, y ahora mismo, también el poder de las palabras de la Malahora.
Podría conformarme con pasar un momento sostenida en el aire muerto de la peor noche de verano, flotando, siendo el silencio que desespere al poeta, el que haga creer al músico.
Quiero, que si no es hoy, mañana, algo me convierta en musa o inspiración, y también en artista. la magia, la quietud, la belleza, las palabras. Quiero ser, y no tener, ni seguir queriendo ser. Solo convertirme en el poder del Octubre y las luces, y ahora mismo, también el poder de las palabras de la Malahora.
miércoles, 1 de febrero de 2012
El valor de los héroes en el papel.
¿Y tú? Había preguntado él entonces. Dime cómo resuelves el problema. Olvido estuvo quieta un poco más, sin responder, y al cabo apartó la vista del cuadro, mirándolo a él de soslayo. No tengo ningún problema, dijo al fin. Soy una chica acomodada sin responsabilidades ni complejos. Ya no poso para modistos ni portadas ni anuncios, ni fotografío interiores de lujo destinados a revistas para señoras pijas casadas con millonarios.
Soy una simple turista del desastre, feliz de serlo, con una cámara que le sirve como pretexto para sentirse viva, como en aquellos tiempos en que cada ser humano tenía la sombra pegada a los pies. Me habría gustado escribir una novela o hacer una película sobre los amigos muertos de un templario, sobre un samurái enamorado, sobre un conde ruso que bebía como un cosaco y jugaba como un criminal en Montecarlo antes de ser portero en Le Grand Véfour; pero carezco de talento para eso. Así que miro. Hago fotos. Y tú eres mi pasaporte, de momento. La mano que me lleva a través de paisajes como el de ese cuadro.
lunes, 9 de enero de 2012
Un café con sal.
La vecina al otro lado del patio pasaba la tarde entera sentada frente a la ventana con una taza de café. Yo siempre dudé de que al final del día vaciara la taza. En mi mente, acumulaba el café que preparaba cada día en grandes bidones, o quizá se lo daba a su gato.
Tenía la habitación repleta de flores, pero ni una en el resto de la casa. No había usado más muebles que los de la cocina y la silla en la que se sentaba en los últimos cinco años. Algunos sábados, pasaba un trapo por encima de las figurillas que tenía en las estanterías, decenas de arlequines que parecían haber perdido todo el valor que un día tuvieron. A veces se quedaba dormida mientras miraba por la ventana, y la taza de café se le resbalaba entre los dedos. Entonces, la anciana lloraba mientras recogía los pedazos y se preparaba una nuevo café, limpiando el polvo de alguna taza olvidada en algún rincón de su cocina. Salía de casa un par de veces al mes de día, para comprar café, nuevas flores y algo de comida, y de noche pisaba la acera apenas unos minutos, imagino que para tirar los filtros de café que acumulaba.
Nunca comprendimos qué había podido pasar en la vida de aquella mujer, y nunca hicimos nada por remediarlo. Solo, de vez en cuando, la mirábamos. Cuando nevaba y todas las miradas que salían de las ventanas en el barrio se dirigían al paisaje teñido de blanco, y ella seguía inmutable, había más ojos que los nuestros observando a la triste mujer. Nos preguntábamos qué esperaba encontrar mirando al horizonte desde su casa, y en ocasiones cruzábamos con ella alguna sonrisa inútil, que se estrellaba contra el suelo como todas las que se puedan ofrecer en un velatorio. Ella apenas nos veía, no existía nada más allá de su horizonte particular.
Hace años que no se asoma a la ventana, y solo yo me he dado cuenta. Un día un hombre llevó rosas y las dejó en la taza de café. Abrió ventanas y encendió luces. El gato y la mujer hicieron sitio entre el polvo para el nuevo invitado, y ahora, ninguno de los tres tiene tiempo que perder mirando el mundo pasar delante de un cristal.
Supongo que siempre es mejor tarde que nunca, y al fin apareció lo que ella estaba esperando. Sonrío al verles a través de mi ventana, a veces jugando a las cartas, inventando nuevas recetas o afinando la guitarra que el hombre trajo con aquellas rosas. Entonces, desvío la mirada hacia otro lado, buscando no sé el qué, con una taza de café en la mano.
Cuando vuelvo a mirar, ella me está contemplando, y esboza la más triste de las sonrisas.
miércoles, 27 de julio de 2011
These words are my heart and soul.
El verano elevado al máximo exponente. Un pueblo desierto a la hora de la siesta, solo se oye el sol derritiendo la acera, y las chicharras roncar. A lo lejos, quizá el sonido de páginas pasando, La Hojarasca, edición de 1969. Y leo "Ella está abriendo y cerrando las puertas, aguardando a que el reloj patriarcal se incorpore de la siesta y le agasaje los sentidos con la campanada de las tres. Antes de que el niño vuelva a quedarse recto, pensativo, la mujer ha rodado la máquina hacia el corredor y los hombres han mordido dos veces los tabacos, mientras observan una ida y vuelta completa de la navaja.; y Águeda, la tullida, hace un último esfuerzo por despertar las rodillas; y la señora Rebeca da una nueva vuelta a la cerradura y piensa: «míercoles en Macondo, Buen día para enterrar al diablo» Pero entonces el niño vuelve a moverse y hay una nueva transformación en el tiempo. Mientras se mueva algo, puede saberse que el tiempo ha transcurrido. Antes no. Antes de que algo se mueva es el tiempo eterno, el sudor, la camisa babeando sobre el pellejo y el muerto insobornable y helado detrás de su lengua mordida. Por eso no transcurre el tiempo para el ahorcado: porque aunque la mano del niño se mueva, él no lo sabe. Y mientras el muerto lo ignora (porque el niño continúa moviendo la mano) Águeda debe de haber corrido una nueva cuenta en el rosario; la señora Rebeca, tendida en la silla plegadiza, está perpleja, viendo que el reloj permanece fijo al borde del minuto inminente, y Águeda ha tenido tiempo (aunque en el reloj de la señora Rebeca no haya transcurrido el segundo) de pasar una nueva cuenta en el rosario y pensar: «Esto haría si pudiera ir hasta donde el padre Ángel.» Luego la mano del niño desciende y la navaja aprovecha el movimiento en la penca y uno de los hombres, sentado en la frescura del quicio, dice: «Deben ser como las tres y media, ¿no es cierto?» Entonces la mano se detiene. Otra vez el reloj muerto a la orilla del minuto siguiente, otra vez la navaja detenida en el espacio de su propio acero. Pero el nuevo movimiento se frustra, mi padre entra a la habitación y los dos tiempos se reconcilian; las dos mitades ajustan, se consolidan, y el reloj de la señora Rebeca cae en la cuenta de que ha estado confundido entre la parsimonia del niño y la impaciencia de la viuda, y entonces bosteza, ofuscado, se zambulle en la prodigiosa quietud del momento, y sale después chorreante de tiempo líquido, de tiempo exacto y rectificado, y se inclina hacia adelante y dice con ceremoniosa dignidad: «Son las dos y cuarenta y siete minutos, exactamente.» "
Y que digan que las palabras tienen límites me sigue sorprendiendo. No se podrá tocar el tiempo, ni se podrá verlo pasar, pero existiendo las palabras, para mí pierden importancia los sentidos. Se nota el tiempo, se siente pasar entre las páginas. Que ole las pelotas de García Marquez dicho sea de paso, y hablando mal y pronto.
Y además, no me canso de decirlo: maravilloso el castellano.
Por lento que pase, por tortuoso que sea... ah, verano. Verano. Aburrido PERO menos es nada.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Standing ovation
El joven Friedrich Hölderlin vivía en una familia protestante adinerada, en un pequeño pueblo alemán. Su padre murió al poco de nacer él, y su madre se casó de nuevo. Su padrastro también murió, y de sus seis hermanos solo sobrevivieron dos. Mientras estudiaba en un seminario de teología se hizo amigo de Hegel y Schelling (los filósofos, ahá) Hay quien dice que ellos fueron los que aprendieron de Hölderlin, ahí donde se le veía. Pero él no era filósofo, admiraba la belleza, tradujo al alemán algunas tragedias griegas, y escribió poesía. Cuando terminó de estudiar se dedicó a educar a hijos de nobles y ricos, hasta que Schiller publicó un fragmento de una novela que él estaba escribiendo. El Hiperión, una novela del siglo diecinueva a la altura de los griegos, pero como todo buen escritor, Friedrich no tenía dinero. Trabajó para un comerciante que le proporcionaba un lugar en su casa, y Hölderlin se enamoró de su mujer. Para desgracia de ambos, Susette, la mujer del comerciante se enamoró también del escritor. Hölderlin creó para ella una tragedia, en la que Susette era Diotima, y su amor no era mucho más posible que en la realidad. La suerte de la pareja se hundió cuando el marido de Susette echó a Hölderlin de su casa, tras una dura discusión en la que él no tenía defensa. Tuvo que marcharse, sin dinero, trabajo ni hogar, pero no se fue muy lejos y una vez al mes seguía buscando a su Diotima.
Un día, un amigo le convenció y Hölderlin se marchó a Burdeos, a probar suerte, pero el recuerdo de Susette y su mala fortuna pudieron con él, y decidió volver a casa. Seguía sin tener nada, así que volvió a Frankfurt caminando. Caminando, vía París. Caminando, hasta Frankfurt.
Cuando llegó a casa había perdido el juicio, pronunciaba palabras sin orden, nombraba personajes de sus obras y no reconocía a los que estaban a su alrededor. Tenía largas conversaciones consigo mismo y se movía de forma extraña. Su vida fue una extraña sucesión de manicomios intercalados con la vida con su madre, hasta que un carpintero que conocía su obra, y estaba admirado se ofreció para cuidarle. Zimmer, el carpintero, fue la pieza que mantuvo la vida de Hölderlin durante 36 años con cierto orden. Hölderlin, el amigo de Zimmer, el brillante escritor que se había equivocado de época.
Una admiradora de su obra, antigua conocida de Hölderlin, le regaló un piano, a sabiendas de que en su juventud era un gran músico. El escritor abrió el piano y cortó algunas de las cuerdas, con precisión y cuidado. Momentos después tomó sus partituras y las cambió, resturó más de quince obras en un tiempo récord, y se puso a tocar. En ningún momento tocó una tecla que no sonara, y las piezas eran maravillosas. Zimmer las describió como intensas, y de repente completas y cuerdas, hasta que de nuevo eran una sucesión de sentimientos, que en ningún momento estaban desafinados o sonaban estruendosos.
Aquí la mayoría de gente piensa "jodido Hölderlin" Yo ya me estaba enamorando. Pero además, nunca dejó de escribir, y los poemas que consiguió son, incomprensiblemente, un ejemplo perfecto de cordura.
El 21 de abril de 1841, un poeta que admiró siempre a Hölderlin, y le visitó cada día, Christoph Schwab, escribió en su diario: "Hoy de nuevo estuve con él para recoger algunos poemas que había hecho. Eran dos y estaban sin firma. La hija de Zimmer me dijo que debía rogarle que pusiera su firma. Entré y lo hice: entonces se enfureció y anduvo de acá para allá por la habitación, cogió la silla y tan pronto la ponía aquí como allí con violencia, gritaba palabras incomprensibles, entre las que solo pronunciaba con claridad "me llamo Scardanelli". Por fin, se sentó y en su exasperación escribió el nombre de Scardanelli."
Este es uno de los Poemas de la locura, que se publicaron tras la muerte de Hölderlin, El espíritu del tiempo:
La vida es la tarea del hombre en este mundo,
Y así como los años pasan, así como los tiempos hacia lo más alto avanzan,
Así el cambio existe, así
En el paso de los años se alcanza la permanencia;
La perfección se logra en esta vida
Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres.
24 de mayo de 1748
Humildemente, Scardanelli.
I.G. Fischer afirma que visitando a Hölderlin en abril de 1843 le pidió al poeta que le escribiera unos versos. Hölderlin preguntó por el tema: "lo que Vuestra Santidad desee... ¿He de escribir sobre Grecia, sobre la Primavera, o sobre el Espíritu del Tiempo?" Fischer le sugirió lo último, y Hölderlin se sentó y tomó la pluma.
Las mentes brillantes no desaparecen. Se esconden, y aprenden de otra manera. Son brillantes. Y no creo que existan los locos, aunque quizá la realidad pueda ser distinta para ciertos... seres brillantes.
sábado, 23 de octubre de 2010
Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad, si lo hiciera dejaría de ser artista
No creo que deba retener todos los borradores sin publicar que hay en este blog, en mi cabeza, y todas esas cosas que no quedan en ningún sitio y termino por olvidar. No está bien, porque ahora han dejado de tener sentido. Acabo de encontrar un par de apuntes de los que soy incapaz de recordar lo que pensaba, y no es justo, porque son únicos. Y ahora, inválidos.
Este no es necesario para nadie, pero quiero que en mi vida nada me importe sobre quién o qué va a leer lo que escribo. Al menos, no cuando lo haga por placer, porque empieza a ser enfermizo. Me veo a mí misma midiendo de vez en cuando mis palabras en el diario, por si alguien algún día lo encuentra. Y en realidad, me da igual. Si alguien va a encontrarse con mis pensamientos, que los encuentre de verdad, debería, como poco, ser sincera conmigo misma.
Y bien, este es mi comentario-reflexión sobre lo que sé. Útil o no, he visto un documental increíble, sobre todo porque lo emitían en "la dos" (y no había criaturas marinas o depredadores en el desierto, guau) Un grupo de autistas y discapacitados mentales salen de sí mismos en la medida que pueden pintando, construyendo... creando arte en la descripción más perfecta de arte, la de Oscar Wilde: toda forma de arte es verdaderamente inútil. (Sí, esto es arte)
Uno de ellos tenía un rotulador con el que había hecho un garabato encima de otro tantas veces que se había dejado de ver el garabato para pasar a ser una gran mancha. Aun así, seguía pintando sobre ella, con delicadeza. Por supuesto, no se veía nada de lo que pintaba, pero a él le servía, de manera que su arte era en realidad, para él. Puede que pintando saliera de sí mismo, porque los demás podían ver qué pasaba por su cabeza o cómo lo hacía, pero en realidad, salía de sí mismo para seguir siendo a quien servía.
Me parece increíble, y puede que me lo tome como ejemplo. Pintaba, y los demás le entendían mirándolo, pero no pintaba para que le entendieran. Si es lo que buscara, no pintaría con negro sobre una mancha negra figuras que sólo él conoce mientras las pinta. Quizá cuando vuelva a ver su cuadro un surco más fuerte le recuerde qué era, mientras que los demás no verán nada. Todo ese arte es para él.
Todo este, para mí. Me da igual que nadie en el mundo crea que es arte, no me importa. Sé que no soy pretenciosa y no necesito una buena crítica de lo que escribo (de esto, quiero decir. En cuanto a todo lo demás.. es lógico, no?)
No creo que sea necesario nadie. Sin embargo, es frutstrante que esto no pueda aplicarlo a todos los aspectos de mis relaciones. No es justo, pero últimamente me veo a mí misma regando relaciones sin ningún sentido, y odio ser la única. Me hace sentir pequeñita, pero... Ni importa. He borrado todo lo que dije, y ahora, viéndome ante el teclado, creo que puedo llegar a sonreír con suficiente peso sobre el suelo. Con suficiente suficiencia.
Puede que no sea verdad y acabe temblando, puede que no tenga de qué sentirme orgullosa, pero hoy me siento artista, y no necesito para nada la realidad. Es una maravilla, mi mundo. Todos ellos.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Fotos de carnet.

Están hechas exclusivamente para que las lleves en la cartera, ya sea en un pedazo de cartón plastificado de cierta utilidad, o sueltas, junto a alguna otra. Pero no sirven para nada más, son fotos para llevar encima, y suelen ser realmente horribles.Feas, feísimas. ¿Por qué? Porque nos hacen sonreír, pero no con gusto. Nos OBLIGAN a sonreír, lo que nos convierte en personas con sonrisas horribles el 90% de las veces. Muy buen día debes tener para que en una foto de carnet sonriendo consigas salir bien. Te hacen inclinarte ligeramente y ponerte delante de una pared blanca, que hace de la foto, sosa de por sí, algo aún más irritante. Por el simple hecho de que no es real, no es nuestra verdadera cara.
Opino que antes de hacer una foto que va a figurar en tu DNI, deberían estudiar tu personalidad. Si eres una persona que se pasa el día frunciendo el ceño y desconfiando de todo lo que hay a tu alrededor, que en la foto, tu cara sea de desconfianza. Para cualquier persona será mucho más fácil identificarte con tu foto del DNI.
Además, ¿en qué momento del día te pueden pillar sonriendo así? ¡Nunca! Es una sonrisa exclusiva, que sólo es capaz de posarse en tu cara cuando sabes que formara parte de un papelito brillante de cinco centímetros que te acompañará en la cartera los próximos diez años. DIEZ AÑOS. Debería encerrarme en mi casa la década entera para no tener que llevar encima el dichoso documento de identidad.
Identidad, dice. Identidad. Y aparece mi nombre, que bueno, sí que lo utilizo, y mi cara sonriendo de la manera más grotesca del mundo. Si esa es mi identidad, definitivamente debería recluirme diez años, o los que surjan.
Creo que sonreír en una foto para el carnet, cuando odias hacerte fotos de carnet es PURA hipocresía.
Y yo no soy una persona hipócrita, qué va. Hoy, cuando me digan "sonríe" alzaré la voz en favor de la revolución. (Y se va a cagar la perra)
Opino que antes de hacer una foto que va a figurar en tu DNI, deberían estudiar tu personalidad. Si eres una persona que se pasa el día frunciendo el ceño y desconfiando de todo lo que hay a tu alrededor, que en la foto, tu cara sea de desconfianza. Para cualquier persona será mucho más fácil identificarte con tu foto del DNI.
Además, ¿en qué momento del día te pueden pillar sonriendo así? ¡Nunca! Es una sonrisa exclusiva, que sólo es capaz de posarse en tu cara cuando sabes que formara parte de un papelito brillante de cinco centímetros que te acompañará en la cartera los próximos diez años. DIEZ AÑOS. Debería encerrarme en mi casa la década entera para no tener que llevar encima el dichoso documento de identidad.
Identidad, dice. Identidad. Y aparece mi nombre, que bueno, sí que lo utilizo, y mi cara sonriendo de la manera más grotesca del mundo. Si esa es mi identidad, definitivamente debería recluirme diez años, o los que surjan.
Creo que sonreír en una foto para el carnet, cuando odias hacerte fotos de carnet es PURA hipocresía.
Y yo no soy una persona hipócrita, qué va. Hoy, cuando me digan "sonríe" alzaré la voz en favor de la revolución. (Y se va a cagar la perra)
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