Mi casa está construida de acuerdo a un plano que define el resto de casas de por aquí. Mientras la construían, fue surgiendo la necesidad de adaptar los planes a las circunstancias, al terreno, a los materiales disponibles... Y así, hoy todo parecido entre la casa y el plano original es solo casualidad.
Todo el mundo tiene una opinión sobre mi casa. Los que son arquitectos, y los que no. Los que me han ayudado a construirla, y los que no.
Las opiniones son humanas, no creo que se puedan evitar. Pero las palabras son responsabilidad completa del que las pronuncia. Y yo no recuerdo haber pedido nunca opinión sobre mi casa.
Llevaba seis años en construcción cuando llegó la primera inspección. Esta obra no va bien, me dijeron. Se va a quedar con pocos pisos y la estructura se está torciendo. Así que tuvimos que cambiar los materiales, y probamos muchos distintos pero ninguno conseguía que las paredes se mantuvieran donde debían estar.
Han pasado muchos años y la obra nunca parece estar terminada. Los problemas, las gritas, las inundaciones y las goteras nunca dejan de aparecer. Y a veces pienso que ojalá pudiera mudarme.
Pero esta es mi casa. La que me da cobijo, la que mantiene mi calor.
Y también es mi casa, la que nunca cumple las expectativas, la que está siempre en reconstrucción.
Esta casa no es una. Esta casa son tantas que he perdido la cuenta. La casa en que yo vivo, la casa que ven los demás, la casa que analizan los arquitectos, la casa que derrumbo, la casa que cuido, la casa que me duele y la que me gusta decorar.
Esta casa es un cuerpo, este cuerpo que no es uno. Esta casa es un dilema sin solución y un trabajo interminable. Esta casa tiene vistas al futuro y un plano que redibujar.
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