miércoles, 4 de septiembre de 2013

Volver a reírme de aquel final en el que el bueno acaba mal.

Unos trece años más tarde vuelvo a estar en el asiento de atrás de un coche, escuchando las mismas canciones. La diferencia es que ahora entra por la ventanilla el aire de finales de agosto con tal fuerza que apenas puedo mantener los ojos abiertos. Con la frente asomando del coche , le doy vía libre al aire para dirigir mi pelo. Trato de imaginar qué estarán haciendo las personas que solían compartir aquella música cada fin de semana, las tres niñas que se sentaban en un viejo Lancia rojo. Tenían un disco grabado de El viaje de Copperpot pero en casa solo había reproductores de cassettes, así que ahí estaban, escuchando el cd en el coche. Las hermanas se sentaban delante los días que aún no habían peleado y soportaban la presencia de la otra. Esos eran los mejores, yo no tenía que decidir de qué lado estaría, y hacíamos un equipo casi imparable. Las tres y Dana, la perra de mis amigas, que no se separaba dos metros del coche cuando nos encerrábamos allí, agotando la batería con el coche parado y la música alta. 
Ahora, con los ojos cerrados y las canciones mezcladas con el viento que me azota los oídos me cuesta separar el recuerdo de la realidad. Las veo a las tres, desde fuera del coche, aunque yo estaba dentro con la cabeza apoyada entre los dos asientos delanteros. Nos recuerdo cantando durante horas las mismas canciones, y no me extraña que las letras permanezcan en mi memoria. Me cuesta también imaginar dónde estará esa niña que vociferaba desde atrás en sus canciones preferidas. Con ella también perdí contacto, supongo.
El coche olía a cuero viejo y a tabaco, un olor que odiaba, pero ahora casi lo extraño. Recuerdo también que la última canción del disco tenía unos ocho minutos de silencio hasta que empezaba una última canción oculta llamada Tic tac. Parece pensada a propósito para encajar en este preciso momento. No esperes más a las agujas del reloj, que a ellas no les importáis tú ni nadie.
Una de las etapas más largas de mi vida repartida en fines de semana, saliendo al campo en plena nevada a jurar sobre la roca con más aspecto de mágica que encontrábamos, que nuestra curiosa amistad duraría eternamente, inventando canciones y grabándolas porque algún día nos haríamos terriblemente famosas... Tic tac. Ya casi ha terminado mi pequeño viaje en coche rescatando música vieja, y todo lo que he podido hacer es imaginar qué ha sido de todo aquello, a dónde va la relación cuando ya no está. Alguna piedra helada en Segovia debe estar totalmente decepcionada con nuestro juramento, y algún cassette de las jóvenes promesas del rock Contraseña de alboroto estará ahogado en polvo, como su local de ensayo. Tic tac.
En mi cabeza hemos vuelto, que lo sepáis. Estábamos ahí, cantando, utilizando el aspersor como alternativa a la piscina, montando una peluquería, una panadería, una nave secreta de super héroe, un reino entero para hormigas hecho de arena... Estábamos ahí, en un pequeño viaje que está acabando. Ya no será para mí El viaje de Copperpot, sino el nuestro. Para mí, al menos. Cuidaros, hasta que nos pasemos de nuevo por el recuerdo.

Y ahora mismo están durmiendo en su cajón cada beso, cada flor, cada canción...

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