Si la mente gobierna sobre la persona, siento que no estamos en buenas manos. La mente se colapsa, crea realidades que no se ajustan al mundo en el que vivimos. La mente caduca.
Hoy fue uno de esos días de envejecer de repente, asumiendo responsabilidades y conflictos. La presión y la confrontación con cualquier persona hace que mi mente deje de funcionar. Incluso cuando en una conversación una persona que considero cuerda alza la voz, o añade más pasión de la que yo espero a un argumento, mi mente colapsa. Dejo de tener ideas válidas que defender y me convierto en un ser tembloroso deseante de que todo eso acabe. Mi mente, reinante en el imperio de quien soy, cae. Y entonces se produce la anarquía que me anula. Cuando más necesito de todo lo que tengo para defenderme, mis tropas abandonan y me quedo sola, buscando la fuerza para hablar sin que esta aparezca.
Cuando desperté años más joven esta mañana, creía en las mentes. Hace unos años incluso habría vendido mi reino por ellas. No me habría visto envuelta en el conflicto con seres queridos si mis creencias hubieran tenido algún fundamento. Pero no lo tenían, y una mente con una realidad alternativa ha aplastado a mi mente, real pero débil. Y otra mente que ha pasado demasiado tiempo en funcionamiento no me reconoce.
Las mentes me arrebatan a las personas que quiero. Y la mía ha echado tantas arrugas que ni siquiera puedo enfadarme. Pero me duele como le duele a las personas mayores la vida que se ha ido.
Siento que la existencia debería dejar de ser continua. Me haría inmensamente feliz poder pausar la vida mientras el tiempo sigue corriendo, sin que las mentes se vieran afectadas por él.
miércoles, 14 de mayo de 2014
miércoles, 7 de mayo de 2014
Diré buenas noches hasta que amanezca.
En el amor todo quiere ser superlativo. Siempre es todo o nada, y parece que siempre es necesario un "siempre".
No parecen tener cabida las medias tintas. Romeo y Julieta creen que se gustan y eso, van a salir juntos a ver qué tal. Se cogen cariño pero también discuten de vez en cuando. Que están bien juntos pero nada serio de momento. Ah, que no matarían el uno por el otro. Ah. Pues entonces no.
La adrenalina no permite determinados razonamientos mediocres. Cuando hay amor, desgraciado o feliz, lo es hasta el extremo. Y hasta el fin, o del amor o de la persona. No puede ser que no sea nada serio, y cuando sucede, es como que... no parece amor, y se acaba. Porque, para qué añadir mediocridad a la vida.
La idea es que no te quedes con alguien si tu vida se va a mantener exactamente igual. No te quedes con alguien que no pueda hacerte, de vez en cuando, vibrar de alegría. No te quedes con alguien que no tenga la capacidad de hacerte sufrir.
El amor es eso que convierte a quienes lo sienten en protagonistas. Hechos para cambiar el destino del otro, aunque no se queden para verlo.
No parecen tener cabida las medias tintas. Romeo y Julieta creen que se gustan y eso, van a salir juntos a ver qué tal. Se cogen cariño pero también discuten de vez en cuando. Que están bien juntos pero nada serio de momento. Ah, que no matarían el uno por el otro. Ah. Pues entonces no.
La adrenalina no permite determinados razonamientos mediocres. Cuando hay amor, desgraciado o feliz, lo es hasta el extremo. Y hasta el fin, o del amor o de la persona. No puede ser que no sea nada serio, y cuando sucede, es como que... no parece amor, y se acaba. Porque, para qué añadir mediocridad a la vida.
La idea es que no te quedes con alguien si tu vida se va a mantener exactamente igual. No te quedes con alguien que no pueda hacerte, de vez en cuando, vibrar de alegría. No te quedes con alguien que no tenga la capacidad de hacerte sufrir.
El amor es eso que convierte a quienes lo sienten en protagonistas. Hechos para cambiar el destino del otro, aunque no se queden para verlo.
Good night, good night!
Parting is such sweet sorrow that I shall say good night
till it be morrow
martes, 6 de mayo de 2014
Death Valley
Una barrera en el tiempo se levanta a escasos metros de mi casa. Una débil reja y los espesos arbustos que han crecido sobre ella definen el límite visible entre mi hogar y un barrio fantasma.
A Shira le gusta pasear por allí, aunque yo no puedo seguir el ritmo de sus cuatro patas saltando sobre los escombros y hierbajos que hay. En el barrio fantasma solo compiten con los éstos los gatos, que han encontrado su lugar, aprovechando de cuando en cuando el maravilloso espectáculo que supone mi perra tratando de alcanzarles.
Lo que iba a convertirse en una piscina para un grupo de veinte chalets adosados es ahora un pedazo de tierra vacío. La promesa de montones de veranos que no llegan. Los chalets dirigen sus ventanas de cristales rotos y rejas oxidadas hacia ese lugar lugar, desde donde ahora los miro. Solo dos de ellos tienen completa la fachada; tres pisos pequeños de ladrillo y uno en la base decorado con piedra gris. Los demás se extienden a lo largo de un camino superpoblado por las plantas, que están ahora más altas que nunca, como si se irguieran por orgullo, reclamando su lugar.
Al darme la vuelta puedo ver la ventana de mi habitación, y la terraza. Todo lo que podría verse desde mi casa queda empañado por un barrio lleno, de todo menos de personas. Hay sacos de yeso y cajas llenas de azulejos esperando su lugar, y herramientas abandonadas en mitad de su misión. Como si todo el mundo hubiera salido de allí huyendo a media jornada. Y cada día miro hacia aquí, desde donde ahora me devuelvo la mirada, y no comprendo de qué podían estar huyendo tantas personas. Ahora que está anocheciendo y ellos no están, este barrio sin luz, sin caminos y sin vida definitivamente parece un sitio del que huir. De día, sin embargo, no tiene pinta de merecer haber sido abandonado de esta manera. De día yo solo veo parejas y familias imaginarias con sus maletas, al otro lado de la verja y las plantas, esperando que les abran la puerta. Gente que puso su dinero en un banco y sus esperanzas en un terreno que ahora les han robado los gatos. Vecinos que no tengo, farolas que no existen, y gente a la que no puedo culpar de taparme las vistas.
A unos metros de mi casa hay un barrio que existe en otro tiempo, pero no ahora. Un barrio fantasma del que yo soy, desde mi ventana, la principal habitante.
A Shira le gusta pasear por allí, aunque yo no puedo seguir el ritmo de sus cuatro patas saltando sobre los escombros y hierbajos que hay. En el barrio fantasma solo compiten con los éstos los gatos, que han encontrado su lugar, aprovechando de cuando en cuando el maravilloso espectáculo que supone mi perra tratando de alcanzarles.
Lo que iba a convertirse en una piscina para un grupo de veinte chalets adosados es ahora un pedazo de tierra vacío. La promesa de montones de veranos que no llegan. Los chalets dirigen sus ventanas de cristales rotos y rejas oxidadas hacia ese lugar lugar, desde donde ahora los miro. Solo dos de ellos tienen completa la fachada; tres pisos pequeños de ladrillo y uno en la base decorado con piedra gris. Los demás se extienden a lo largo de un camino superpoblado por las plantas, que están ahora más altas que nunca, como si se irguieran por orgullo, reclamando su lugar.
Al darme la vuelta puedo ver la ventana de mi habitación, y la terraza. Todo lo que podría verse desde mi casa queda empañado por un barrio lleno, de todo menos de personas. Hay sacos de yeso y cajas llenas de azulejos esperando su lugar, y herramientas abandonadas en mitad de su misión. Como si todo el mundo hubiera salido de allí huyendo a media jornada. Y cada día miro hacia aquí, desde donde ahora me devuelvo la mirada, y no comprendo de qué podían estar huyendo tantas personas. Ahora que está anocheciendo y ellos no están, este barrio sin luz, sin caminos y sin vida definitivamente parece un sitio del que huir. De día, sin embargo, no tiene pinta de merecer haber sido abandonado de esta manera. De día yo solo veo parejas y familias imaginarias con sus maletas, al otro lado de la verja y las plantas, esperando que les abran la puerta. Gente que puso su dinero en un banco y sus esperanzas en un terreno que ahora les han robado los gatos. Vecinos que no tengo, farolas que no existen, y gente a la que no puedo culpar de taparme las vistas.
A unos metros de mi casa hay un barrio que existe en otro tiempo, pero no ahora. Un barrio fantasma del que yo soy, desde mi ventana, la principal habitante.
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