martes, 6 de mayo de 2014

Death Valley

Una barrera en el tiempo se levanta a escasos metros de mi casa. Una débil reja y los espesos arbustos que han crecido sobre ella definen el límite visible entre mi hogar y un barrio fantasma.
A Shira le gusta pasear por allí, aunque yo no puedo seguir el ritmo de sus cuatro patas saltando sobre los escombros y hierbajos que hay. En el barrio fantasma solo compiten con los éstos los gatos, que han encontrado su lugar, aprovechando de cuando en cuando el maravilloso espectáculo que supone mi perra tratando de alcanzarles.
Lo que iba a convertirse en una piscina para un grupo de veinte chalets adosados es ahora un pedazo de tierra vacío. La promesa de montones de veranos que no llegan. Los chalets dirigen sus ventanas de cristales rotos y rejas oxidadas hacia ese lugar lugar, desde donde ahora los miro. Solo dos de ellos tienen completa la fachada; tres pisos pequeños de ladrillo y uno en la base decorado con piedra gris. Los demás se extienden a lo largo de un camino superpoblado por las plantas, que están ahora más altas que nunca, como si se irguieran por orgullo, reclamando su lugar.
Al darme la vuelta puedo ver la ventana de mi habitación, y la terraza. Todo lo que podría verse desde mi casa queda empañado por un barrio lleno, de todo menos de personas. Hay sacos de yeso y cajas llenas de azulejos esperando su lugar, y herramientas abandonadas en mitad de su misión. Como si todo el mundo hubiera salido de allí huyendo a media jornada. Y cada día miro hacia aquí, desde donde ahora me devuelvo la mirada, y no comprendo de qué podían estar huyendo tantas personas. Ahora que está anocheciendo y ellos no están, este barrio sin luz, sin caminos y sin vida definitivamente parece un sitio del que huir. De día, sin embargo, no tiene pinta de merecer haber sido abandonado de esta manera. De día yo solo veo parejas y familias imaginarias con sus maletas, al otro lado de la verja y las plantas, esperando que les abran la puerta. Gente que puso su dinero en un banco y sus esperanzas en un terreno que ahora les han robado los gatos. Vecinos que no tengo, farolas que no existen, y gente a la que no puedo culpar de taparme las vistas.
A unos metros de mi casa hay un barrio que existe en otro tiempo, pero no ahora. Un barrio fantasma del que yo soy, desde mi ventana, la principal habitante.

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