Quizá no desee vivir muchos años, pero sí vivir mucho. Deseo que la vejez me sorprenda siendo un millón de instantes inolvidables. Deseo que cuando vea a la muerte tan cerca que pueda preguntarle por Liesel en un susurro, ella me vea a mi llena de vida que ha sucedido.
Si algo me aterroriza no es la muerte, sino ser una de esas personas que han vivido para verse, en la vejez, como noticieros de la vida de los demás. Esos ancianos que cuentan como propias las historias que otros les relatan, como si hubiesen estado en los escenarios que describen. No son ni siquiera espectadores de otras vidas, sino que reciben experiencias de tercera mano, que cargan de lo que ellos creen que podría haber sucedido, de detalles inventados, porque han perdido el valor de desarrollar sus propias historias.
Existen una probabilidad bastante alta de que olvide cómo viví, y cuánto temía convertirme en un espectador pasivo y un transmisor poco fiable de otras historias. Sin embargo, tengo la firme esperanza de que incluso sin recordar mi nombre, siga teniendo ansias por descubrir cuál es. Y olvidarlo mil veces para volver a preguntar, buscar y luchar por saberlo de nuevo, y en el trayecto vivir más. No quedarme parada, continuar. Ser siempre parte de la acción, y de la vida.
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