jueves, 19 de junio de 2014

Miss missing you

Unos meses atrás me di cuenta de que ya no me veo reflejada en los espejos. Me veo en los cristales de las tiendas, en las puertas del tren antes de abrirse, en las paredes metálicas del ascensor... Miro, y siempre está en el otro lado una persona que lleva tanta prisa que no me aguanta la mirada, y solo es capaz de concentrarse en cómo llevo el pelo o en cómo mis zapatillas parecen mucho más inapropiadamente verdes que cuando me las puse por la mañana.
Los espejos, sin embargo, han comenzado a aterrarme. Aparto la mirada y trato de evitar contacto visual con la persona que soy en esas superficies metálicas. No quiero creer que esa sea la forma en que todo el mundo me ve.
Sin embargo, al menos en esas otras superficies había algo que se reflejaba frente a mí, lo suficientemente difuso como para que me atreviera a mirar. Y me gustase o no, inspiraba cierta tranquilidad saber que dispones de un reflejo personal e intransferible, fiel a tu presencia. Al que te has acostumbrado.
Pero hoy, al buscarme en la ventanilla del autobús, no había nada. Con preocupación me he puesto la pantalla del móvil frente a los ojos, y solo podía ver el respaldo de mi asiento, y a la mujer sentada detrás de mí.
Durante una hora, en la que he olvidado mi destino y pasado de largo mi parada, he intentado comprender qué era lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Creo que mi reflejo y yo, que tanto tiempo hemos pasado distanciándonos, hemos roto por fin nuestra relación.
Así que no tengo reflejo. Se ha debido marchar a buscarse a alguien que le preste más atención. Que le acepte como es.
Y yo me he quedado sola. Sin nada que me indique cómo me perciben los demás. Sin ninguna prueba de si estoy consiguiendo acercarme o no a la imagen de persona que trato de conseguir. Con el imnenso problema de ser totalmente independiente de mi aspecto y de lo que el resto del mundo pueda ver en él. Y sin saber qué hacer con tan gigantesca felicidad.

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