viernes, 13 de septiembre de 2013
Islas a la deriva
Seguro que tienes una pasión secreta, una de esas cosas a las que dedicarías toda tu vida si pudieras, o que piensas dejar algo de lado hasta que tengas tiempo, en lo que imaginas pasar los veranos antes de que lleguen. No es cosa tuya, todos tenemos una, lo que somos cuando nadie nos mira y nadie nos juzga. No a todos nos golpea una de esas muy fuerte, a veces solo nos acaricia, como si fuera aire, y ni siquiera nos damos cuenta de que pasó de verdad. Pues bien, en estas frases y párrafos para ti te contaré quién soy en esa parte del tiempo en la que sí me miran, pero cuando aquellos que juzgan son desconocidos. En los momentos en que todos nos convertimos en uno más de esos hombres trajeados con maletas y corbatas. Te contaré quién soy entonces, porque ahora puedo verme de lejos, ahora no estoy siendo esa. Esa grita desde el sótano como puede, con las manos atadas al suelo.
Camino hacia el metro con la radio en los cascos, abro la puerta de un empujón y bajo las escaleras mecánicas parada mientras giro la mochila hacia mi pecho para sacar el abono, lo sujeto con los dientes, cierro la cremallera y comienzo a bajar los últimos escalones al tiempo que me coloco la mochila. Ni siquiera lo pienso, lo he hecho tantas veces que cuando llego a los tornos en ocasiones ni siquiera sé cómo he llegado hasta allí. Y así continúa mi trayecto, apago la radio que ya solo emite un sonido de interferencias y pongo música. La misma música que hace un año, desde que no tengo ordenador. El mismo camino. No pienso, no miro, solo bajo escaleras, subo en un vagón, espero, subo escaleras, otro vagón, escaleras, vagón... y camino recto hasta que recupero la conciencia porque tengo que tomar alguna decisión.
A veces, sin embargo, me agota esa existencia y reseteo. Me paso a ser otra persona, la que teclea ahora estas palabras. Cojo un libro. Va en la mochila y cambia el sitio de mi abono, el orden de las canciones, mi viaje. Mi día, mi semana, y si tengo suerte cambia mi vida. Cuando camino en la estación sigue siendo por una orden automática para mis piernas pero mi cabeza no está ahí dejándose llevar, está en otro lugar, en algún otro tiempo, siendo cualquier otra cosa. Y entonces siento que cada uno de esos autómatas que comparten tantas horas en vagones deshumanizados son algo más, podrían ser algo más. Podría algún día yo, pequeña y cobarde, darles la oportunidad de ser palabras. Darles quizá una vida inventada como la que me dan a mi John Fante, Fitzgerald, Baroja o cualquier mago de aquellos. Y pienso que quizá sí, y quizá la vida pueda ser algo más, porque por obvio que parezca, no siempre se ve tan claro. En demasiadas ocasiones el martes continuo en que se convierte el invierno de Madrid me hace olvidar que hay pasión dentro de mi, que hay algo por lo que vivir de verdad. Por lo que ser con todas tus fuerzas, algo muy lejos de las caras grises del día a día en el transporte público, las habitaciones de invitados, la teoría política, y el frío.
Juraría que era Daisy quien, en el Gran Gatsby le decía a su primo "No te angusties, la vida vuelve a empezar con el otoño" y yo pensé que Daisy no sabía nada. Me la imaginé con voz peculiar diciendo esas palabras como si realmente su vida comenzara y la odié por la envidia durante muchas páginas. Porque para mí, era entonces cuando la vida se apagaba. Cuando la gente se acumula de vuelta al mundo de las personas que no son, llenando su existencia de caminos que no quieren hacer, comidas que no desean tener y horas muertas (nunca mejor dicho) vacías de ganas. Gente que vive para trabajar, y esto último lo hace para vivir apenas unas semanas al año. Lo de ser adulto fue la mayor estafa que les pudieron vender y se han convertido en esa persona más, en una conversación simple de objetivos siempre similares.
Pero no quiero dedicarte un pensamiento tan negativo cuando tanta vida se encuentra alrededor. Sé que todas las personas han tenido momentos de verdadera pasión, y quizá han perdido la valentía y el compromiso de vivir por ellos. Pero tú no eres así. Tú serás una de esas personas que caminan por ahí como si cayeran de otro planeta, disfrutando de cada detalle, renanciendo con el otoño. Con las ventanas abiertas y tus sueños bien atrapados, pavimentando tus martes. Y yo, lector desinteresado, ingresaré también en ese grupo. Envidiaros es un trabajo agotador y he decidido liderar la fila. Yo me he dado cuenta a tiempo de que dentro de diez años no quedará nada de mi paseo hacia el metro, no importará lo bien que lo hiciera.
Y aquí llega por fin lo que debes entender. Lo que hace que me siente y teclee como si respirase. Solo importará lo que vi y pensé, no lo que hice sin razonar ni sentir. Importará lo que leí, y lo que escribí, porque será aquello que de verdad viví.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Volver a reírme de aquel final en el que el bueno acaba mal.
El coche olía a cuero viejo y a tabaco, un olor que odiaba, pero ahora casi lo extraño. Recuerdo también que la última canción del disco tenía unos ocho minutos de silencio hasta que empezaba una última canción oculta llamada Tic tac. Parece pensada a propósito para encajar en este preciso momento. No esperes más a las agujas del reloj, que a ellas no les importáis tú ni nadie.
domingo, 28 de julio de 2013
Waiting for the good times
Encontré un hotel después de vagar varias horas por las afueras, es un lugar al que nadie con algo de sentido común acudiría pero también mi única opción en aquel momento. El dueño, recepcionista, jefe de cocina y asistente de limpieza apenas se inmutó al verme aparecer, pero por un buen precio se convirtió en un gran anfitrión y ahora estoy alojada en la mejor parte de esta ratonera de hormigón y pintura descorchada, según me dijo. En esta habitación todo parece estar situado de la peor manera, hay polvo hasta en las almohadas y los quinqués de la mesilla parpadean con lo poco que quedaba de gas, como pidiendo perdón.
El calor es exagerado a pesar del agua, demasiado para conciliar el sueño, así que la ciudad entera permanece despierta. He aprendido que cuando esto ocurre, dejan que lo peor de ellos sea libre al amparo de la madrugada. Desoyendo el consejo del apático recepcionista pluriempleado, en cuanto deje de llover saldré a reencontrar esa vida nocturna que se intuye tras cada edificio. Si no me han devorado para entonces los mosquitos, claro.
Todas las miradas detrás de los cristales esconden miseria, a veces incluso la enseñan. Es como una bandera blanca, algunos la ondean para que esté bien claro qué es lo que hay, para no engañar al visitante. Para que nadie se confunda y entre sonriendo como si fuera a cambiar el mundo. Recuerdo mi primera noche aquí, me pude dar cuenta de que un buen oído es lo único que puede ayudarte en un sitio como este, donde la luz eléctrica es tan poco fiable como la predicción meteorológica de cielo despejado. Entre los sonidos de las goteras y el repiqueteo del agua contra las chapas de hormigón que hacen de tejado pueden intuirse todas las historias que se suceden en las calles y en las casas. Gritos, risas, peleas, y más información de la que uno es capaz de soportar en muchas ocasiones. De día, lo único que se puede ver es una bruma extraña que se crea cuando la lluvia se encuentra con el asfalto, que no tiene tiempo de enfriarse en las pocas horas de luna. De modo que ya sea de día o de noche, nadie creería en tu palabra solo porque jures haberlo visto con tus ojos.
Gracias a esta continua confusión y a que el alcohol ha acabado con los pocos hombres cuerdos que quedaban, todo lo que sucede es clandestino, así que oficialmente nunca sucede nada.
Aun no ha parado de llover, y tras doce horas de sueño y otras tantas de un extraño sopor causado por el cansancio, el calor, y la pesada comida que sirven aquí, creo que es el momento de salir afuera. Aunque quizá mañana, con las primeras luces. No puedo arriesgarme a salir ahora y exponerme a las miradas que acechan desconfiadas tras cada ventana, sería salir desarmada al campo de batalla. Ellos están acostumbrados y saben entender su oscuridad, y yo... nunca tuve buen oído.
miércoles, 23 de enero de 2013
Quién.
La vida del ciudadano medio. Ese personaje que no protagonizaría ni una novela porque nadie quiere leer acerca de esa misma vida simple que ya puede contemplar en primera persona.
Cada día se despierta con un plan, una lista de objetivos que pretende conseguir para ser feliz. De hecho es ese el verdadero objetivo, pero parece más sencillo alcanzarlo en pequeños pasos. Es como si hubiera hipotecado sus sueños en construcción y cada día pagara una letra.
Cuando quiera darse cuenta de la trampa se le habrá escapado la juventud y por delante no verá sueños, pero por detrás el horizonte lo taparán sus días perdidos, empeñados para conseguir nada.
¿Cómo pasa uno a dejar de sumar cifras a la cantidad de ciudadanos medios, cómo se puede vivir sin intentar ser feliz? Vivir, sin más, ya debe ser bastante recompensa.
A veces creo que solo somos ese conjunto de cosas que queremos ser.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Pleasantville está ardiendo.
Y dicen que las musas huyen de allí a pasos agigantados. Una ha pasado a mi lado tan rápido que la he oído derrapar. No, en serio. Se está acabando ese lugar en el que todos dicen que sí por agradar a ese otro que está diciendo que lo que quiere es una respuesta afirmativa, también por agradar. Se está acabando. Me lo quitan de las manos, señora.
En ese lugar, alguien ha tenido que establecer previamente esas normas estúpidas que mantienen a las mujeres encorsetadas cuando nadie quiere ver corsés. Alguien tuvo que inventarse todos los tipos de tenedores que existen, alguien dijo a qué hora es conveniente irse a dormir. Tuvo que hacerlo algún personaje cuya naturaleza no puedo imaginarme para que hayamos mantenido tanto tiempo una estado de las cosas que no nos gusta. Que nunca nos ha gustado.
Son los mejores los que pagan este orden establecido, porque son aquellos que más diligentemente cumplen con lo que se espera. De la manera más injusta.
Cuaderno de notas de Chèjov:"Festejaban el cumpleaños de un hombre modesto. Aprovechaban la ocasión para hacerse ver, para halagarse los unos a los otros. Y no fue sino al fin de la velada cuando cayeron en la cuenta: el héroe de la fiesta no había sido invitado, se habían olvidado de él."
Esta es la de hoy, y puede que también la de un miércoles, hace un par de semanas. Y hoy, es precisamente eso, el héroe, el hombre modesto del que se olvidan mientras intentar hacer lo que se espera.
Lo terrible es que todos somos a veces los invitados, y a veces el cumpleañero solo sin saber que hay fiesta en su honor.
El mundo es una mierda, pero el mundo te pertenece. Y si el mundo es una mierda, escribo raps de papel higiénico.
So I keep on trying.
El hombre con traje marrón desvaído que sujeta su chaqueta lleva media hora buscando una excusa para marcharse. Ha visualizado a la chica del vestido, el verde de su ropa y sus ojos no podían pasar desapercibidos. Cree recordarla de algún otro sitio, aunque no le ha dado mayor importancia. A los demás invitados no les ha reconocido aún a juzgar por su soledad. No tiene intención de hacerlo. Su aspecto es el de quien está de paso pero no tiene prisa: con los hombros caídos, cambia el peso de una pierna a otra cada dos minutos al tiempo que echa un vistazo a la sala.
¿Qué mas habrá en ese lugar? Es un tipo de fiesta especial, eso seguro. No hay personajes como estos en una fiesta cualquiera.
En cualquier caso, ¿quiénes son? La chica del vestido seguro que se ha visto envuelta en algún lío tremendo sin ni siquiera buscarlo, pero aunque tiembla en el fondo es valiente y conseguirá que algún idiota se convierta en un héroe con su ayuda. O a lo mejor no. Puede que solo tiembla porque tiene intención de vengarse por fin de algún desalmado, y está impaciente y demasiado animada para contener su movimiento.
El hombre puede que esté de su parte, o quizá es un vigilante que está trabajando para el malo. Quizá ni siquiera hay malo.
Ni historia. Ni fiesta, ni universo... Ni nada. Nada por ahora.
martes, 6 de noviembre de 2012
La única forma de fracasar es intentarlo.
El pánico, sin embargo, es completamente ilógico e inútil. Sabemos que es irracional, y aun así tenemos pánico a animales pequeñitos e inofensivos, a mirar hacia abajo, al compromiso. Pero una araña no va a acabar con tu vida, porque mires al suelo desde un décimo piso no vas a caerte, y un acuerdo duradero no te ahogará. El pánico no te mantiene alerta, te hace perder las riendas.
Yo tengo pánico, sí, pero no a esa consecuencia lógica de intentarlo que es fracasar. Al fracaso se le teme, es perfectamente racional. Yo tiemblo ante la perspectiva del intento. Del éxito. Temo intentarlo, porque siento que sea como sea el resultado, no sentiré que realmente lo he intentado. Lo habré dejado a medias, me habré convertido en un intento tan chiquitito que no merece la pena hacerlo fracasar. Sencillamente pasará inadvertido, sin pena ni gloria, sin que nadie lo vea venir. Eso es para mí mucho más terrorífico que un fracaso.
La cuestión es que existe una tercera variable, y es que tampoco puede uno ganar si no apuesta.
Así que es simple, cojo y me digo oye, pregúntate qué puedes hacer con el resto de tu tiempo. Cómo vas a llevar el resto de tu vida. Puedes quedarte paralizada mientras el pánico se come tus muchoncitos de muchedad, o seguir intentándolo como venías haciendo antes de llegar a la capital, y fracasando una y otra a vez, con algún éxito que se cuela a aquella que va la vencida. Piénsalo bien si eliges no intentarlo, no actuar. No vivir.
Ahora sí que sí, vuelve a plantearte cuál es la decisión racional.
No se ha encontrado todavía un enemigo peor que el que eres tú, para ti. (En cualquier caso, tiempo al tiempo. El gobierno se lo está currando para quitarte el puesto...)