El joven Friedrich Hölderlin vivía en una familia protestante adinerada, en un pequeño pueblo alemán. Su padre murió al poco de nacer él, y su madre se casó de nuevo. Su padrastro también murió, y de sus seis hermanos solo sobrevivieron dos. Mientras estudiaba en un seminario de teología se hizo amigo de Hegel y Schelling (los filósofos, ahá) Hay quien dice que ellos fueron los que aprendieron de Hölderlin, ahí donde se le veía. Pero él no era filósofo, admiraba la belleza, tradujo al alemán algunas tragedias griegas, y escribió poesía. Cuando terminó de estudiar se dedicó a educar a hijos de nobles y ricos, hasta que Schiller publicó un fragmento de una novela que él estaba escribiendo. El Hiperión, una novela del siglo diecinueva a la altura de los griegos, pero como todo buen escritor, Friedrich no tenía dinero. Trabajó para un comerciante que le proporcionaba un lugar en su casa, y Hölderlin se enamoró de su mujer. Para desgracia de ambos, Susette, la mujer del comerciante se enamoró también del escritor. Hölderlin creó para ella una tragedia, en la que Susette era Diotima, y su amor no era mucho más posible que en la realidad. La suerte de la pareja se hundió cuando el marido de Susette echó a Hölderlin de su casa, tras una dura discusión en la que él no tenía defensa. Tuvo que marcharse, sin dinero, trabajo ni hogar, pero no se fue muy lejos y una vez al mes seguía buscando a su Diotima. Un día, un amigo le convenció y Hölderlin se marchó a Burdeos, a probar suerte, pero el recuerdo de Susette y su mala fortuna pudieron con él, y decidió volver a casa. Seguía sin tener nada, así que volvió a Frankfurt caminando. Caminando, vía París. Caminando, hasta Frankfurt.
Cuando llegó a casa había perdido el juicio, pronunciaba palabras sin orden, nombraba personajes de sus obras y no reconocía a los que estaban a su alrededor. Tenía largas conversaciones consigo mismo y se movía de forma extraña. Su vida fue una extraña sucesión de manicomios intercalados con la vida con su madre, hasta que un carpintero que conocía su obra, y estaba admirado se ofreció para cuidarle. Zimmer, el carpintero, fue la pieza que mantuvo la vida de Hölderlin durante 36 años con cierto orden. Hölderlin, el amigo de Zimmer, el brillante escritor que se había equivocado de época.
Una admiradora de su obra, antigua conocida de Hölderlin, le regaló un piano, a sabiendas de que en su juventud era un gran músico. El escritor abrió el piano y cortó algunas de las cuerdas, con precisión y cuidado. Momentos después tomó sus partituras y las cambió, resturó más de quince obras en un tiempo récord, y se puso a tocar. En ningún momento tocó una tecla que no sonara, y las piezas eran maravillosas. Zimmer las describió como intensas, y de repente completas y cuerdas, hasta que de nuevo eran una sucesión de sentimientos, que en ningún momento estaban desafinados o sonaban estruendosos.
Aquí la mayoría de gente piensa "jodido Hölderlin" Yo ya me estaba enamorando. Pero además, nunca dejó de escribir, y los poemas que consiguió son, incomprensiblemente, un ejemplo perfecto de cordura.
El 21 de abril de 1841, un poeta que admiró siempre a Hölderlin, y le visitó cada día, Christoph Schwab, escribió en su diario: "Hoy de nuevo estuve con él para recoger algunos poemas que había hecho. Eran dos y estaban sin firma. La hija de Zimmer me dijo que debía rogarle que pusiera su firma. Entré y lo hice: entonces se enfureció y anduvo de acá para allá por la habitación, cogió la silla y tan pronto la ponía aquí como allí con violencia, gritaba palabras incomprensibles, entre las que solo pronunciaba con claridad "me llamo Scardanelli". Por fin, se sentó y en su exasperación escribió el nombre de Scardanelli."
Este es uno de los Poemas de la locura, que se publicaron tras la muerte de Hölderlin, El espíritu del tiempo:
La vida es la tarea del hombre en este mundo,
Y así como los años pasan, así como los tiempos hacia lo más alto avanzan,
Así el cambio existe, así
En el paso de los años se alcanza la permanencia;
La perfección se logra en esta vida
Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres.
24 de mayo de 1748
Humildemente, Scardanelli.
I.G. Fischer afirma que visitando a Hölderlin en abril de 1843 le pidió al poeta que le escribiera unos versos. Hölderlin preguntó por el tema: "lo que Vuestra Santidad desee... ¿He de escribir sobre Grecia, sobre la Primavera, o sobre el Espíritu del Tiempo?" Fischer le sugirió lo último, y Hölderlin se sentó y tomó la pluma.
Las mentes brillantes no desaparecen. Se esconden, y aprenden de otra manera. Son brillantes. Y no creo que existan los locos, aunque quizá la realidad pueda ser distinta para ciertos... seres brillantes.