lunes, 21 de julio de 2014

Realidad a los sueños

-La buena influencia no existe, señor Gray. Cualquier tipo de influencia es inmoral..., inmoral desde un punto de vista científico.
-¿Por qué?

-Porque influir en una persona es entregarle el alma. Esa persona ya no piensa de una forma natural, ni arde con una pasión natural. Sus virtudes no son reales. Sus pecados, si es que existe algo semejante, son un préstamo. Se convierte en el eco de la música de otro, en actor de un papel que no se ha escrito pensando en él. Nuestro objetivo en la vida es desarrollarnos. Cada uno de nosotros debe realizar su propia naturaleza perfectamente; para eso estamos aquí. 
Hoy en día, las personas se tienen miedo a sí mismas. Han olvidado el más alto de los deberes, el deber consigo mismo. Por supuesto que las personas son caritativas. Alimentan al hambriento y dan abrigo al mendigo. Pero sus propias almas se mueren de hambre y están desnudas. Nuestra raza se ha quedado sin valor. Quizá nunca lo tuvimos. [...] Y aun así, estoy convencido de que, si un hombre pudiera vivir su vida de una forma intensa y completa, dando forma a todos sus sentimientos, expresión a todos sus pensamientos, realidad a todos sus sueños... creo que el mundo recibiría tal inyección de alegría que olvidaríamos todas las maldades del medievo y volveríamos al ideal helénico, o incluso a algo superior, más rico que el ideal helénico. Pero el más valioso de nuestros hombre siente miedo de sí mismo.  

Oscar Wilde - El retraro de Dorian Gray

sábado, 19 de julio de 2014

A fuego lento

Te miro, y no entiendo por qué lo hago. Te sigo, como si todo el desconcierto que produces fuera sed, y solo tú pudieras calmarla. Me muevo hacia cualquier dirección, buscándote sin darme cuenta. Porque mirarte es la forma que tiene mi cuerpo de dar una orden, de marcar la dirección, y el destino eres tú. De todas partes sales tú, o quizá es que siempre me dirijo allí donde puedo mirarte. Y cuando lo hago, haces que mi mente se colapse, sin saber qué quiere y sin entender qué provoca el fallo en el sistema. Y solo puedo dar por cierto que te estoy mirando, y que no sé por qué lo hago.
Pero te miro. Y cuando tú me miras, mi cuerpo se convierte en un relámpago lleno de electricidad, buscando desesperadamente tocar tierra. Y cuando dejas de mirarme, toda la tierra del mundo me pesa bajo los pies.
Lo mejor de este paisaje, me dijiste, lo mejor del mar, es que cuando sale el sol puedo ver tus ojos reflejados allí. Dicho por cualquier otra persona habría sonado estúpido e irreal, pero sé que clavas tu mirada en mis ojos como yo lo hago. Así que me lo creí, y culpé a mis ojos de esta tortura. Los culpables de que no pueda existir con todas mis partículas cuando estoy cerca de ti, porque te miran, y cada minuto que paso mirándote más partes de mí se van desprendiendo en tu dirección. Mis ojos, que hicieron que tú me miraras a mí, metiéndonos a ambos en este juego absurdo, que hace que me arda la piel. Que me convierte en una masa electrificada incapaz de soportar la sobrecarga.
Te rozo la mano al pasar por delante de ti, y me guiñas un ojo. Y ahí acaba todo, porque la pasión cuando se desata, con el fuego ardiendo en llamas que alcancen el cielo... se escapa, se diluye demasiado. Y nunca más vuelve a concentrarse como para provocar tal energía.
Pero aún así, lo que yo más deseo es mirarte sin tener que dejar de hacerlo. Descargar en ti todas las veces que me ha consumido el fuego, convertirme contigo en ceniza y arrasarlo todo detrás de nosotros hasta que no quede nada. Ni de ti, ni de mí, ni de la electricidad.
Y después, morir cada vez que te vea, y ya no quiera mirarte.

lunes, 14 de julio de 2014

We're all mad here

Mi casa está tan llena de vida que se está volviendo loca. A las seis de la tarde en verano parece que ninguno de los cuatro vivimos aquí. Ni siquiera las dos perras y las dos tortugas se atreven a hacer ruido. Mi abuela se sienta al sol y se queja del calor que hace. Pues siéntate a la sombra, le digo. No niña, si a mí el sol nunca me ha hecho daño, estoy bien aquí. Pero ay, qué sol y qué calor.
Y un día tras otro, lo mismo. Pero distinto. Mi padre mira el huerto durante horas, y casi le ha puesto nombre a las lechugas que tiene. Puede decirte exactamente para cuándo estará maduro ese tomate, y se intenta asegurar de que no tenemos que tirar una sola berenjena, a pesar de que no se nos ocurren más formas de cocinarlas.
Mi madre estornuda que parece que va a tirar la casa abajo. Como si en el mundo no tuvieran suficientes huracanes. A la hora de la cena los chistes malos que hacemos mi padre y yo sobre su vestido puesto al revés, desquician a mi madre. Mañana os ponéis a la sombrita todo el día, que el calor os ha dejado tontos. Y mi padre se hace el sordo, y le dice a mi madre que deje de robarle su copa, que la suya es esa otra. Pero cuando se le ha acabado el vino, coge mi vaso de cocacola y me saca la lengua cuando lo devuelve vacío. Pero mírala, papá, dile algo. Y nadie sale en mi defensa, pero mi padre le pregunta a mi abuela si le gusta el café, que hoy se lo ha puesto con hielo. Sí, muy rico muy rico. Pero le gusta más así, o con leche templadita, pregunta mi padre. No, si el café esta muy rico, insiste ella. Pero le gusta más así o de la otra manera. Sí sí, me gusta mucho el café. Sí sí.
Y mi padre se ríe. Y mi madre se ríe, y como no se ha inventado una risa tan contagiosa, pues nos reímos todos. Estáis locos en esta familia, no os enteráis de nada, dice mi abuela.
Y va a ser verdad. Nos falta ponernos sombreros ridículos, porque el juego de las tazas lo vamos dominando. Estamos todos locos aquí. Y a los locos hay que tratarlos con cariño.
No hay un solo lugar en el mundo tan maravilloso como mi cocina. Incluso cuando aparece la leche guardada en el cajón, y el salero en la nevera. Vaya apaño de melonar, que diría mi padre.

domingo, 13 de julio de 2014

Cien años de soledad.

O las dos horas que voy a necesitar para pasar del realismo mágico al infierno de la realidad de un miserable domingo. O un verano de lectura imparable. O el renacimiento de mi admiración profunda hacia García Márquez. Llamad a este tiempo como queráis.
Os dejo un par de pedacitos de brillantez. Así de gratis.

El primero, sobre la que creo que es la más cruel de todos los personajes, que tiene el carácter perfectamente definido, y al final no le quedan ni ganas de seguir siendo mala.
"Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que la devastaban los años. Se humanizó en la soledad."

El segundo, realmente necesario. Es de las últimas páginas del libro, refiriéndose a un librero catalán que decide volver a Barcelona, y cada metro que avanza el barco más añora la tierra que deja atrás. Mientras acababa la novela, no podía dejar de sentirme identificada con él, y más que nada con este fragmento. Las ganas que tenía de acabar con tanta soledad y miseria, junto con la certeza de que iba a extrañarlas, con todo el universo que va con ellas.
"Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera."

miércoles, 9 de julio de 2014

Where did the party go?

Me presento: soy esa persona que prefiere pasar el verano sola, leyendo y saliendo a correr con música en los oídos, para que nadie se ofrezca a acompañarla. Sin embargo, siento que no debería ser esa persona. Que es el momento de salir hasta que se haga de día, que tengo los amigos y la oportunidad. Todo listo para la fiesta. Todo, menos yo.
Y pienso, qué clase de historia digna de contar comienza conmigo sujetando una cerveza en medio de un centenar de personas sujetando su alcohol, deseando ligar, o pegarse con alguien, o más alcohol. Qué tipo de recuerdos tengo cuando llego a casa, con los pies destrozados y el vestido lleno de la bebida de otras personas (con las que he decidido no pegarme). Me lo paso bien, pero no me siento bien por ello. Me gusta bailar, pero salir así no significa bailar. Saltar, gritar, puede, si la orquesta es decente. Pero no sé por qué sigo empujándome a salir así. Por qué siento que está mal todo esto que pienso.
Me debería presentar de nuevo: soy esa persona que no sabe si es una sola persona. Creo que es bastante probable que esté engañando a todo el mundo y no sepa dejar de hacerlo.